CAPITULO 2

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Mi corazón se detiene por un momento y después late aceleradamente. ¿Cómo es posible? Comienzo a buscar alrededor señals de Henry pero lo único que encuentro es su sucia pero costosa chaqueta. Me asomo por la ventana y lo veo, allá a lo lejos alcanzo a verlo sentado a la orilla del puente encima del canal. Corro en su auxilio después de tomar su chaqueta y bajo las escaleras hasta estar justo al lado de él.

Cuando estoy a punto de llegar le grito: —¡Henry!— . Demasiado tarde. Su último movimiento es voltear a verme y le da un ataque, da un pequeño vote y cae al canal. Cuando ya estoy abajo en el canal lo miro cautelosamente. El agua del canal es baja así que apenas cubre la mitad de su cuerpo acostado, por lo que es imposible que se lo lleve la corriente. Su reloj tiene los 13 ceros rojos, cuando están en ese punto es cuando da el ataqué rápido y silencioso, el ataque por el cual han muerto muchos conocidos mios. Mi tía, mi primo, mi tío, mi abuela... Es cuestión de tiempo para que muera otro.

Pero la diferencia de todas esas muertes es que ninguno de mis familiares y amigos deseaban morir, en primera no habían vivido lo suficiente. En cambio Henry, el estaba harto de la vida, ya había vivido lo suficiente. Miro mi reloj y temo pasar lo mismo que él, ver la vida de esa forma por lo que me dijo ayer. El momento de reflexión termina y comienza la felicidad. Sí, Henry murió, pero ahora podré llevar a mamá a New Greenwich, la ciudad de los ricos, la ciudad de los inmortales.

Me alejo lentamente de la escena del crimen y lanzo la chaqueta al canal. Escucho un chasquido al caer la chaqueta en elen el agua, entonces saco la cerveza medio vacía del bolsillo lateral izquierdo y me lo tomo. Voy directo a la casa de Borel, ya que le debo mucho. Toco su puerta y sin contarle nada aun le digo que lo espero fuera del Churcks, el restaurante más costoso del Gueto. Sin vacilar pero indeciso, acepta.

Paso a mi casa y recojo una barra metálica con las que se guarda el dinero, mi mamá está en el trabajo, trabajará horas extra y la recogeré en la estación en la noche. Camino lentamente hacia el Churcks, de todos modos, tengo tiempo de sobra. Cuando llego Borel está fuera el restaurante, inpaciente.

—¿Qué te traes? —Dice desesperado —Creí que te había pasado algo anoche.
—Entra— Le digo.
—¿Traes con qué pagar?
—Sí no trajera dinero, ¿crees que te invitaría?

Él no dice ni una palabra más. El menú no es muy largo pero sí costoso, nos terminamos gastando 4 horas en la comida. Después de tantas preguntas de Borel, levanto discretamente mi manga de la camisa y me mira perplejo. Eĺ se inclina a la mesa y yo hago lo mismp. Me dice en voz baja:

—¡¿Cómo lo conseguiste?!
—No te asustes, el me lo dió.
—¿Quién regala a un hombre 100 años?

Llega el mesero y los dos nos sentamos rectos, deja los platos y se va. Nos volvemos a inclinar.

—Lo mismo me pregunto yo— Le respondo.
—Te matarían si te ven eso.
—Cuanto tiempo llevamos siendo amigos.
—No se, ¿10 años?

Saco la barra de tiempo vacía de mi bolsillo y la lleno con 10 años.

—Ten.
—Will...
—No digas nada.

Terminamos la cena y nos vamos. Camino hasta la estación en lugar de ir en taxi para evitar sospechas y leo un periódico que me encuentro tirado, de todos modos, no llegará hasta en dos horas. Aun así, no tengo nada más que hacer. Mientras estoy sentado en una de esas sillas públicas de las estaciones, comienza a llover. La fría lluvia me recorre por la espalda, lo que me da escalofríos y trato de taparme con el periódico de las manos.

Unos minutos después, pasa un viejo señor de unos 55 a 60 años con un carrito de flores tapadas con un plástico trasparente por la lluvia.

—¡Hey!— Le grito al viejito, y se acerca —¿Me da unas flores?
—Claro— Responde, con ánimo. Tal vez nadie le compraba desde hace mucho —¿De cuáles?
—Girasoles, por favor. ¿Cuánto va a ser?
—8 minutos.

El viejito me entrega un bonito ramo y me pasa su barra de tiempo, la pongo en mi muñeca y le doy 1 año. El señor vacila y me mira atento a la cara, como si fuera yo lo máximo, aunque no lo soy.

—Pero son...
—Quédeselos— Le interrumpo. El señor sonríe y se le nota gran felicidad.
—Dios lo bendiga.

Tal vez alguien piense que lo que hice sea inumano, pero para mí... es lo más humano posible. Cualquier otra persona de otra zona horaria se hubiese ido con el tiempo sin haber dicho nada pensando que lo puse sin querer. Pero dicen que los pobres son los de mejor corazón, y es cierto. Tapo las flores con el periódico para que mi mamá las reciba bien, aunque el agua se comienza a filtrar.

Cuando ya es hora de que llegue su camión me levanto y la espero. Después, pasa algo confuso. Llega el camión, el mismo que la trae siempre, pero ella no va dentro. El camión deja a sus pasajeros en la estación pero ella nunca baja. Miro las flores, un poco maltratadas por la lluvia y me pongo a hacer cuentas. Esta mañana me dijo que tenía solo tres días solamente, descontando todo lo que pagaría hoy y el tiempo transcurrido, no le queda básicamente nada, ni siquiera le habrá alcanzado para pagar el camión.

Tomo las flores y corro rápido en dirección a ella. Cada vez mi reloj descuenta segundos, minutos... y el de ella también. Después de unos minutos tiro las flores al suelo, ya no importan, así corro más fácilmente.

—¡Will!— Escucho su voz a lo lejos —¡Will!
—¡Mamá!

Los sentimientos comienzan a recorrerme.

—¡Mamá!

Está ya a media calle cerca de mí. Abro los brazos para recibirla y acomodo mi muñeca para pasarle tiempo, cuando cae al suelo, muerta.




El Precio del  Mañana: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora