Dos

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Son las tres y media de la tarde, la chica ya está sentada en el metro, cerca de una de sus numerosas puertas y observa con atención a las personas que están a su alrededor, a las personas que entran, a las personas que salen. Mira sin disimulo a la mujer que tiene al lado. Es joven, alta, de pelo corto y moreno, lleva dos piercings en la nariz, otro en la ceja, e innumerables pendientes en las orejas, lleva las uñas pintadas de negro que hacen juego con su ropa, su sombra de ojos y su móvil, que mira con interés mientras escucha música por uno solo de los auriculares.
A la chica del tren le gustan sus pendientes, aunque cree que a ella no le quedarían tan bien. Se imagina que la joven va a la universidad, y lo sabe simplemente porque tiene un montón de papeles sobre las piernas (un trabajo sobre bioquímica o algo así), a pesar de que no sean en ese momento su prioridad.

Luego observa a la mujer que tiene delante: baja, rubia, de unos cuarenta años y con demasiado maquillaje, que en ese instante se pinta los labios de color rojo cereza, sin darse cuenta de que no pegan nada con el vestido que lleva. Y la chica piensa que estaría muchísimo más guapa sin todo eso, solamente siendo tal y como es, pero pensará que así impone más, que la gente le tendrá más respeto.

A continuación desvía la mirada al chico sentado al lado de la mujer, que golpea repetidamente el suelo con el pie derecho, un movimiento que la ha distraído de sus pensamientos. El chico debe ser de su edad, quizá un año mayor que ella, quizá un año menor, y la mira detenidamente y con esa sonrisa de quien se cree irresistiblemente guapo y considera que ninguna chica se debería resistir a sus encantos.
Ella solo le mira, también con una sonrisa, mientras piensa que en realidad ese chico no es así. Que esa actitud que te hace pensar en un egocéntrico es una armadura, una muralla, que esconde su verdadera personalidad, porque él cree que ser él no vale, que tiene que ser el chico que todos quieren ver.
Y piensa que ojalá algún día ese chico se de cuenta de que eso no merece la pena, que no le hace feliz, y sea como verdaderamente es.

Más tarde entra en el metro una pareja, deben tener unos dieciocho años o así y el chico besa a la chica como si no hubiera un mañana. Aunque ella tampoco se queda atrás, con las manos en su rubio pelo parece que en cualquier momento se lo va a arrancar...
La chica del metro los mira, y los sigue mirando cuando ambos, con la respiración entrecortada y una boba sonrisa en los labios, se separan. Los dos tienen buen cuerpo y cara bonita, y lo único que hacen en todo el trayecto es besarse, sin cruzar ni una sola palabra. Ella piensa que eso es solo atracción, y no puede evitar comparar su relación con la de los ancianos que ha visto poco antes. Piensa que, si el mundo estuviera lleno de parejas que se tuvieran amor de verdad, en vez de darle más importancia a la apariencia, el mundo sería un sitio mejor, simplemente mejor.

La chica del metroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora