Ocho

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Son las tres. La chica de metro está sentada en su sitio favorito, como todos y cada uno de los días anteriores. La diferencia es que, en esta ocasión, Fernando está sentado a su lado e intenta observar a las mismas personas que ella.

La adolescente contempla a un profesor de unos cincuenta años que corrige un gran montón de exámenes mientras masculla comentarios o suelta suaves risas, aparentemente divertido con lo que sus alumnos responden; una mujer alta y delgada que toca con una guitarra una bonita melodía mientras tararea alguna canción y un hombre joven con cara de enfado que, gesticulando, atraviesa rápidamente el vagón mientras habla con alguien por el móvil.

No le da tiempo a dedicarle un pensamiento a cada uno de ellos, ni un solo segundo, porque el chico a su lado la interrumpe, al ver que no está dispuesta a empezar ella la conversación:

—¿Me dirás tu nombre?¿O me obligarás a llamarte "la chica del metro"?

—Marina— responde ella, pensando que es mejor no ser llamada de una manera tan predecible y poco interesante.

—Marina— repite él —Me gusta, pega con tus ojos— Comenta después de una larga pausa.

La chica del metro, Marina, resopla; como si no hubiera oído ese comentario unas mil veces en toda su vida. Sin embargo, le sonríe porque da la impresión de que Fernando lo ha dicho con sinceridad o, por lo menos, con la intención de conseguir una sonrisa y unas mejillas ruborizadas.

Segundos después, Marina se encuentra sometida a un extenso interrogatorio compuesto por preguntas como cuál es su colegio, su Instagram, cuántos seguidores tiene y cuántos amigos, cuántas asignaturas le van a quedar esa evaluación y miles y miles de preguntas del mismo estilo.
Una vez que las ha contestado absolutamente todas sin dar demasiados detalles, aunque no parece que a él le importe mucho, la chica del metro le mira a los ojos y comenta:

—Mi turno. ¿Puedo preguntarte yo ahora lo que sea?

Parece que Fernando se lo plantea, preocupado por las preguntas que le piensa hacer, lo que confirma la impresión que tiene ella de que se inquieta en exceso por la opinión de las personas, pero al final asiente repetidas veces con la cabeza.

—Bien...¿Cómo es tu familia?— pregunta de manera pausada y, a continuación, le observa con sus ojos del color del mar clavados en él, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
El chico medita durante unos instantes.

—Bueno, en mi familia somos seis: mis padres, mis dos hermanas, mi hermano y yo.

—¿Y...?— ella le sigue mirando, insatisfecha con su respuesta.

—Mi padre es director de uno de los departamentos más importantes de la empresa de uno de sus amigos, tiene que viajar mucho y, cuando no está en otro país, trabaja desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche; aún así siempre encuentra tiempo para comprarnos algo en los sitios a los que va o para preguntarnos cómo nos ha ido el día. Mi madre es la directora de una revista de moda y cotilleos, trabaja en casa pero se pasa todo el día hablando por teléfono. Vaya, nunca lo habría pensado, pero, si no fuera mi madre, sería una perfecta desconocida. Mi hermana mayor acaba de empezar la universidad y es muy, muy inteligente. Siempre ha sido la favorita; mis padres piensan que es perfecta o algo así.

Esto último lo menciona con un tono de irritación en la voz, aunque segundos después compone una expresión más relajada y prosigue:

—De todas formas nos llevamos muy bien. Mi hermano es un año más pequeño que yo, antes se pasaba el día pegado a mí pero desde hace un año a así es como si ya no quisiera estar conmigo. Es raro, porque siempre hemos hecho la mayoría de cosas juntos. Supongo que está creciendo, sí, será eso. Y por último, mi hermana, sigue en la edad de querer ser princesa de mayor y no tener otra preocupación a parte de cómo vestir a sus muñecas. Creo que mi madre intentará, cuando sea más mayor, que siga con su negocio porque con mi otra hermana no lo consiguió; aunque te digo yo que la pequeña no hará lo que ella quiere, es una rebelde.

Fernando se calla, después de esa larga descripción que le ha dejado sin aliento, y observa curioso la expresión pensativa de la chica.

—Vale, gracias.— dice ella, mientras el chico se levanta, viendo que han llegado a su parada —Hasta mañana.

—¿Ya? ¿Sólo era eso?

Marina sonríe.

—No lo parece, pero lo que me has contado me ha ayudado a conocerte mejor. Pero por supuesto que no he terminado con las preguntas, en absoluto.

La chica del metroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora