Capitulo 3

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Edgar trataba de conciliar el sueño. Vaya que Dalia se había tomado en serio, eso de tener un niñero. Los últimos tres días habían sido un verdadero suplicio; 'Edgar quiero esto, Edgar necesito aquello, Edgar deseo ir a...' Era una locura. Y la peor parte se venía cuando él le daba una negativa, ahí tenía que hacer uso de toda su agilidad, para evitar la de cosas que la peli-rubia le arrojaba, entre los que se incluían zapatos, tijeras, jarrones o lo que fuera tuviera a la mano. Estaba realmente cabreado de la situación pero la verdad, es que quizá él también se sobrepasó con sus palabras. Quería protegerla pero no podía evitar que la muchacha quisiera hacer su vida normal, ni tampoco pretender mantenerla encerrada, aunque fuera por su propio bien. Tenía que pensar en algo para tratar de enmendar aquella situación, sino se volvería loco viviendo allí.

Dalia por su parte, no se sentía para nada orgullosa de su comportamiento con el rubio. Sabía que de esa manera sólo lo alejaba, pero le hartaba hasta la coronilla, ver que la trataban como a un bebé. Ella quería tenerlo cerca, conocerlo y saber más de él en su totalidad, pero Edgar sólo la veía como una obligación más, o eso le había dado a entender en todas sus conversaciones. Quizá, Edgar no era diferente a los demás, como había pensado antes.

- ¿Me llamaba, señorita? - Preguntó Mex, entrando a la habitación.

- Sí, pasa y toma asiento.

Mex pudo sentir la agitación en los latidos de su jefa, entonces supo de inmediato de qué se trataba todo. Inhaló hondo y se sentó, dispuesta a escuchar una verborrea similar, a la de aquella tarde en el centro comercial.

- No quise ser así con él, Mex. - Dijo apenada.

El guardaespaldas sintió lástima por ella, estaba pasando por una edad llena de contradicciones y la vida que llevaba a causa de su padre, no era un ambiente propicio para que saliera bien parada de todas ellas, además ni siquiera contaba con una figura materna o si quiera femenina como guía. Decidió en una fracción de segundo, ayudarla hasta donde diera alcance.

- Edgar es un muchacho muy noble, estoy segura de que no guarda rencores. Sin embargo, sería bueno que hable con él.

- Es un misterio ¿No te parece? Cuando me defendió de mi padre, ese día...- Y se le iluminó la mirada, al recordar - Casi pude sentir cariño de su parte, ¿sabes? Pero ya al día siguiente estaba con esa actitud cortante de nuevo. Me frustra.

- Sí, su vida no ha sido fácil. Pero no me compete hablar de eso, quizás si usted gana su confianza, él mismo podría hablarle de ello eventualmente. - Recordó la promesa que le había hecho a Edgar en el pasado cuando los dos empezaron a trabajar en la mansión Aragón. En efecto, nunca abrió la boca respecto al verdadero origen del rubio, ni de las verdaderas intensiones que tuvo para integrarse a la mafia. Suspiró.

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Eran aproximadamente las tres de la madrugada, cuando unos golpes en la puerta de su habitación lo hicieron despertar. De mala gana se levantó, con lo que le había costado quedarse dormido para que ahora lo vinieran a despertar. "Lo único que me falta, es que Dalia no me deje dormir" pensó cuando fue a abrir la puerta, para encontrarse cara a cara con la peli-rubia.

- ¿Qué haces aquí, Dalia? ¿No sabes la hora que es? - Preguntó evidentemente malhumorado.

Dalia se llevó el dedo a la boca, haciéndole gesto de silencio - Calla - Le dijo en un susurro. - Todos duermen, que no vayan a despertar ¿Puedo entrar?

El rubio rodó los ojos, era el colmo de la patudez - Pasa. ¿Qué se te ofrece?

La muchacha se dejó caer en la cama y se quedó sin decir palabra, lo que pareció una eternidad. - Yo solo quería disculparme, por todo. Tú sabes, todo. - Vaya que le había costado trabajo decirlo.

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