Panes

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Hola, mi nombre es Leonardo. Tengo 12 años y vivo con mi madre. No soy la gran cosa, solo soy un niño que intenta ser normal. Y siempre me sale bien ser alguien normal, aunque no tenga la súper vida con grandes amigos o alguna novia, prefiero mejor estar en mi casa con mi mamá y hacer las cosas que ella diga.

Es la única persona que me queda en la vida, y también la que me apoya en todo. A veces pienso que mi vida es pura monotonía, pero luego me doy cuenta que gozo de una libertad y una paz conmigo mismo, que me siento prácticamente en la gloria...

Desde aquí en mi habitación nadie me molesta. Siento que puedo estar toda la vida aquí y a nadie le pasará ni pensará nada. Es de lo mejor...

Ahora procederé a sacar mi consola para divertirme como un gran chico amante de los juegos de acción y aventura.

Ya se prendió mi consola así que solo me resta disfrutar de mi vi...

—¡¡Leonardo!!—gritó euforicamente como de costumbre, mi grandiosa madre.

«Arg, siempre tiene que hacer lo mismo» pensé con rabia.

—¿Qué pasó mamá?

—Ve a comprar unos panes mijito, que aquí ya te los terminaste todos.

—¡Pero mamá! ya fui hoy... imposible que se hayan acabado tan pronto...

—Leonardo. Hoy vinieron mis dos amigas así que ya se acabaron...

—Mmm, bueno, ¡ya voy!

«Rayos, por qué siempre justo cuando prendo la consola. No me dejan vivir en paz, siempre es la misma cosa. El mismo problema».

Me levanté y salí de mi cuarto. Ya estaba en la cocina-sala que había en el apartamento.

Mi mamá y yo vivíamos en el primer piso del apartamento Rosford, aquí solo teníamos tres habitaciones: La mía, la de mi mamá y la sala-cocina

—Bueno mamá, ¿Qué panes voy a comprar?

—Compra españoles mijito, ten cinco dolares.

—¿Cuántos traigo?

—Trae lo de siempre, no te los comas en el camino ¿Oíste? sino te dejo sin panes para la cena.

—Hum... está bien, pero me tardaré, no voy a correr porque ando cansado.

—¿Cansado y tan joven? Qué diría tu padre...

—Ay mamá, ya déjalo así.

—Bueno papito, que Dios me lo bendiga.

Iba de salida y cercano a la puerta dije en voz alta.

—¡Amén!

Así es la relación con mi mamá, desde el fallecimiento de mi querido padre he incrementado mis lazos de confianza con ella.

Ahora que mi padre no está aquí me toca ser el hombre de la casa, y ella lo acepta de esa manera.

Cuando marchaba a la panadería, casi siempre me iba corriendo, en total me tomaba media hora llegar allá.

Pero cuando iba caminando me tomaba cuarenta minutos, así que el camino era bastante largo.

Mi mamá y yo vivíamos en la parte central de la gran ciudad. Donde había mucho tráfico y carros grandes, así que era normal tardarme tanto...

Esta vez, cuando partía por los panes, me sorprendió a mitad de camino ver tirados en el suelo a tres chicos como de 20 años, estaban muy bien vestidos pero se observaban sucios y con malas caras.

Incluso se veían con mucha hambre. Nunca de lo pasado por aquí había visto algo igual...

Por fin ya llegaba a la panadería y pedía los cinco grandes panes españoles que compraba todos los días.

Siempre son tres para mí y dos para mi mamá. Aunque a veces me comía los tres míos antes de llegar a casa y mi mamá me daba uno de los suyos al comer, pero también en ocasiones me tragaba los cuatro y solo dejaba el de mi mamá.

Ya con la bolsa de panes en la mano, fui corriendo a toda velocidad para el apartamento, pero me cansé a los seis minutos y decidí caminar.

«No hay afán para regresar, igual apagué la consola».

Pasaron varios minutos en mi larga caminata y no aguanté la tentación. Agarré uno de los panes.

Di una mordida y seguí caminando con la bolsa en una mano y el pan en el otro.

Pero cuando estaba a punto de metérmelo a la boca nuevamente, vi al grupo de tres hombres que observé antes al venir, y uno de ellos tenía los ojos fijos mirando hacia mi exquisito y delicioso pan.

Me asusté y cambié de calle para que no me vieran de cerca y luego seguí mi camino.

Sentí algo extraño en el cuerpo después de hacer eso y luego llegué a casa.

—¡Mamá aquí están! toma—Le di la bolsa y ella la revisó.

—¡Leonardo! te comiste un pan, no me engañas hijo.

—Pero mamá, ¡sólo fue uno! y además el camino estaba largo y me dio sed.

—¿Sed? ¿de panes? aquí tengo jugo de melón mijito.

—Bueno sí, sed de panes—dije entre risas.

Mi mamá me dio el vaso de agua y le dije lo que vi hoy.

—Mamá... hoy vi a tres hombres recostados en la acera de la calle Dharmie. Cuando pasé uno de ellos se quedó viendo el pan que me comía... ¿Qué son ellos?

—Esos son vagabundos papito, y si se te quedaron viendo era porque tenían hambre.

—Y, ¿por qué tenían hambre?

—Porque no tienen dinero para comprar alimentos, son personas que están solas en la vida sin tener un techo el cual resguardarse. Por eso están así. Por alguna razón de la vida tuvieron una familia y no supieron mantenerla y algunos sufren problemas de matrimonio y hasta psicológicos.

—Ahh listo mami, ya entendí.

—Tan inteligente papito, ya está servida tu comida.

—¡Sí!—Alcé mis manos.

—Es sopa.

—Noooo—Las bajé de inmediato también haciendo caer mis hombros.

...

Después de comerme esa fea sopa me di cuenta que soy un agradecido de la vida porque tengo comida para comer y también un techo para resguardarme. Pobresitos aquellos que son vagabundos.

Tal vez si veo a uno mañana le dé uno de mis panes.

La bolsa de panesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora