Me levanté y mi mami ya no estaba, vi que no me pudo hacer el desayuno.
Me escribió una nota diciendo que me comiera todos los panes que iba a comprar y también que Dios me bendijera.
Internamente respondí amén, así que sin más que decir, fui a la panadería.
Cuando ya venía de vuelta estaban los tres chicos, y les di los tres panes.
Pero cuando le fui a dar el tercero a Larry, mi estómago me hizo una mala broma y empezó a rugir.
Larry cambió la cara al instante.
—¿No has comido...? ¿verdad Leo?
—Sí, sí comí...
Volvió a rugir otra vez. «Rayos, no pude resistir» pensé, decepcionado.
Eric y Brin comenzaron a llorar y Larry estaba con los ojos aguados y de mirada baja.
Me miró y dijo con dificultad.
—Leo... ven, siéntate. Hoy comerás con nosotros.
Abrí mis ojos asombrado, y al rato me senté. Me deslumbre por cómo me armaron un campo en su alfombra de color verde oscuro.
Luego vi a los tres. Y empezaron a sacar sus billeteras.
—¿Brin, cúanto tienes?—dijo Larry.
Sacó la cartera y mostró tres centavos.
—Eric, ¿cúanto tú?
Abrió las manos Eric y enseñó dos dolares y una calcomanía vieja de una camioneta.
—Bueno, yo tengo tres dolares y un cupón para un jugo doble, esperen chicos. Ya vuelvo—dijo Larry luego de haber tomado el dinero de Eric y Brin e irse.
Pasaron quince minutos y pronto Larry llegó con un increíble pollo a la broaster de tamaño grande junto con dos bebidas gigantes de té de durazno.
Quedé impresionado, porque ese súper combo costaba como sesenta dolares. Al mirar mejor, también detallé que Larry no tenía puesto su elegante sweter negro, solo tenía una camisa blanca que estaba algo sucia. Parecía la que siempre usaba debajo del sweter, aunque no presté más atención en eso por el hambre.
Curiosamente, Eric y Brin no colocaron ninguna cara de sorpresa, y luego Larry se sentó con nosotros.
Éramos una mesa de amigos sentados en el piso de la acera estando a punto de comer a la vista de todos en la calle.
—Bueno chicos, primero que todo hay que agradecer
Dios por los alimentos, digan todos...—¡Amén!—pronunciamos los cuatro.
Todos nos miraban raro.
—¡Ahora sí! ¡A comer!
Apenas comenzamos a comer, el pollo era exquisito, era el mejor pollo que había comido en toda mi vida. Todos comíamos muy a gusto e incluso me dieron varias presas para repetir, tenía mucha hambre.
Mientras la gente pasaba, nos miraban como unos pequeños bebés que apenas aprendían a comer.
Luego de devorar esa exquisitez de comida, todos conversamos un rato y reposamos los alimentos.
Al transcurrir unos minutos, Larry sacó de su bolsa un impresionante y enorme helado de chocolate como de tres kilos que estaba envasado. Todas las personas e incluso algunas paraban en el camino y nos observaban comiendo tan a gusto y felices que incluso hasta sentían admiración y nos tomaban fotos.

ESTÁS LEYENDO
La bolsa de panes
Historia CortaMi mamá me mandó a comprar pan, sin saber que eso era lo que me iba a cambiar la vida. Todos los derechos reservados. ©