Costumbre

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—¡Leonardo!

—¡Voy!

—¡Dios me lo bendiga!

—¡Amén!

De regreso en la vuelta como el día de ayer sucedió lo mismo, y lo mismo y lo mismo. 

Fue así por tres semanas. 

Cada día iba y le dejaba los panes a los chicos y regresaba contento. 

De nuevo repetía el idéntico proceso pero cada vez siempre hablaba con ellos un rato y volvía a casa más tarde.

Cada día que transcurría me hacía muy amigo de cada uno de ellos.

Los tres me contaban historias de sus pasados, en donde fueron hombres muy exitosos de mucho dinero, pero que por malas influencias tanto de familia como de buenos amigos lo perdieron todo. 

Inclusive Eric, un día se echó a llorar en plena calle, y yo lo consolaba mientras las personas miraban tristemente, pensando que yo también era un vagabundo de la calle. 

Y también el día después a ese día, Brin tenía la cabeza baja sin lograr ver para arriba, estaba cansado de vivir lo mismo todos los días, sin la oportunidad de salir adelante.

Yo intentaba siempre darles un buen consejo, a pesar de no saber algunas cosas, respondía y me defendía con lo que conocía y con lo que mi padre me había enseñado.

Después de finalizar el día tercero de la tercera semana, observé que Eric quedó con mucha hambre pues no le bastó mi pan, así que saqué el cuarto de la bolsa y se lo di.

Larry me miró con malos ojos y me dijo:

—Ni lo pienses Leo, ese es tuyo.

—Dile que lo tenga Larry, yo no lo necesito, en mi casa hay comida.

Larry otra vez me observó pero esta vez muy asombrado. Y Eric se comió el pan como si fuera el último habido en la tierra.

Al final me volvió a dar las gracias Eric como acostumbraba, y Larry junto con Brin sólo sonreían con la mirada alta admirando al cielo.

Luego de llegar a casa, mi estómago estaba rugiendo, así que fui a mi cuarto y prendí la consola con buen volumen para jugar hasta que mi mamá terminara la comida.

—¡Leonardo!

Fui corriendo al comedor hasta por fin comer.

—Uff gracias mamá, tenía hambre. 

—¿Tenías hambre y te comiste los cuatro panes?

—Pues si mamá... es que me quedé enfrentando un boss muy difícil y tenia que presionar rápido para poder ganar y eso me agotó muchísimo...

—Bueno—dijo mamá con los ojos empequeñecidos—. Aquí está hijo.

Cuando me sirvió, me di cuenta que faltaba el huevo, y sólo había queso. Tenía medio pedazo del pan de ella y el chocolate estaba a la mitad.

—Mamá... ¿y el huevo?

—Ay papito... es que la pensión todavía nada de nada, y sé que tienes hambre, así que come.

—Bueno mami está bien.

Cuando empecé a comer en el comedor, vi a mi madre con una cara muy rara, la sentía extraña, pero no presté mucha atención así que sólo terminé de comer y me fui al cuarto a dormir.

La bolsa de panesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora