Capítulo 1:

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Ella caminaba sin levantar la vista del suelo. Su madre siempre le decía que no mirase a nadie. Susi rezaba cada noche por mudarse de barrio, pero debido a los negocios de su padrastro no podían abandonar ese asqueroso lugar. Entre sus manos sujetaba con fuerza la cesta llena de las cosas que su madre le había pedido. La pequeña adolescente recordaba los buenos barrios de la ciudad, sin calles encharcadas en desechos y bonitas macetas asomando de las ventanas. Justo frente a la posada de Poes ella agachó la cabeza esperando las impropiedades de los borrachos o del dueño: un señor bajito como un enano, algo encorvado, de pelo negro y larga perilla que casi siempre estaba en la puerta a la caza de nuevos clientes. Esta vez no la llamó pelirroja a gritos, ni la animó a entrar, sino que había parado a un gigante- En comparación, eso le pareció a ella- encapuchado que llevaba un par de criminales tras de sí. Ella pasó corriendo sin mirar atrás, no quería saber nada de esa persona de aspecto tan extraño y menos si era un cazarrecompensas. Esas personas no podían traer nada bueno.

El cielo parecía más azul de lo normal completamente despejado, era algo que desde las paredes de aquel oscuro lugar no se podía apreciar. Entró con pasos silenciosos a pesar de que el ruido de las dos personas sucias y atadas, que la seguían alertaron al guardia. Las maldiciones y lamentos de los delincuentes hacia su captora eran evidentes. El hombre que acababa de bajar los pies de la mesa se levantaba apresurado subiéndose el cinto de cuero, al mismo tiempo que preguntaba a los extraños:

-¿Quién sois y qué queréis?- Por la enorme capucha negra que cubría la cabeza del primer extraño el guardia dedujo que no era humano.

Una mano envuelta en un guante de cuero marrón se alzó para señalar uno de los carteles de las recompensas que estaban justo a sus espaldas. Acto seguido tiró de la cuerda haciendo que los hombres se posicionaran frente al agente. Éste sacó un libro de páginas amarillentas y lo abrió por las páginas finales:

-¿Lusckay Ghotter?- Uno de los hombre asintió levemente.

El más moreno, balbuceó algo que el guardia entendió, con una pluma tachó uno de los nombres. Al ver la cantidad que se ofrecía por él frunció el ceño. El otro puso una mala cara, acentuando la desviación de su nariz rota.

-¿Y tú?- Preguntó de nuevo.

Sobre la mesa se extendió una uña larga proveniente de la encapuchada, el guardia se aclaró la garganta.

-Roell ya veo- Miró de reojo al segundo criminal para después hacerlo mismo con su nombre- Gus, ven y llévate a estos.

Una puerta de madera se abrió dando paso a otros dos guardias que entraron en la habitación para llevarse a los nuevos presos. En la intimidad de su enorme capucha arrugó la nariz, el fuerte olor a orín que desprendían sus pantalones, era insoportable. Una mano sostuvo los grilletes improvisados con fuerza.

-Serías un buen guardia real, sólo por tu altura te admitirían- No contestó nada.

El segundo agente miró al primero rezando porque su compañero llegara pronto con la recompensa. Pero por suerte no tardó demasiado y la cazarrecompensas tendió la mano para firmar como la autora de dichas capturas.

-Que tenga un buen día- Se despidió el guardia.

Con un leve gesto salió de la prisión maloliente. Solo le quedaba volver a emprender su camino hacia ningún lugar. Recorrió las calles grises del peor barrio de Lindburg. Para ella no podía ser peor, el simple hecho de saber que no se encontraba sobre tierra firme le revolvía el estómago.

Debía encontrar una posada antes de la noche y su nueva bolsa de dinero le pesaba en el bolsillo como un ancla. Ella no era remilgada para esas cosas y, ciertamente había pasado noches peores que la que se avecinaba. Era sólo que no podía sacarse de la cabeza las amenazas encubiertas del posadero. Continuó su ruta intentado salir del suburbio, aunque sus pintas no la ayudaban a encontrar un mejor lugar. La calle casi estaba terminando, pero ella sabía que se llevaba su hedor en la piel. El sol comenzaba a ocultarse entre los edificios, las fachadas grises se veían adornadas por las columnas y vigas de madera oscura que reflejaban los últimos destellos dorados del día.

Arlet: Historia de una cazarrecompensasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora