Capítulo: 7

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Necesitaba encontrar ropa lo antes posible, estaba calada hasta los huesos. Salir de la prisión había sido una pesadilla aún más si los desagües de la misma habían tenido algo que ver su huida. Debía ser rápida ya que su presencia era fácil de detectar. Esperaba que sus piernas pudieran mantener la marcha el suficiente tiempo como para poder alejarse de aquel terrible lugar. Vislumbró a lo lejos una pequeña luz proveniente de una cabaña. Un sitio aislado del resto de la ciudad, le pareció una gran oportunidad.

Horas más tarde y tras haber calentado un par de cubos de agua, comenzó a sentirse mejor. Arrugó su nariz al acercarse el brazo al rostro:

- Me apañaré con estos- Comenzó a deshacerse de los harapos fríos y sucios que hacían de segunda piel- Mucho mejor.

Dejó el agua caer sobre su piel magullada, su mente seguía perdida en algún lugar, mientras el vapor ascendía hacia las vigas de madera del techo. Con todos los cajones abiertos terminó por descubrir una botella en la alacena. La madera crujió bajo su peso, se sentía segura allí dentro. Su confinamiento había sido su peor pesadilla. Se sentía renovada de poder paladear su libertad. Su alma de guerrera se había quebrado, poder correr sin que nadie la persiguiera. Casi no podía recordar la última vez que eso había sucedido.

La pequeña chimenea conseguía iluminar toda la estancia: una larga sombra se proyectaba hasta la pared. Ella se acercó al sillón sobre el que se apoyaba una manta y el origen de la silueta. Tiró de la manta, el cadáver se resbaló hasta caer al suelo.

- Habría sido interesante si lo hubiera visto venir.

Observó el cuerpo inerte ahora bajo sus pies, no llegaría a los treinta años, con la piel curtida por el sol y el pelo oscuro. Pero el ser reconocida era un riesgo que no podía correr. Ya casi seca por las llamas, se acurrucó aún caliente dispuesta a pasar una noche tranquila. Sin pensar en los guardias, en los demás delincuentes, en su maravilloso compañero de cubículo de piedra. Ahora podía dedicarse a no pensar, a dejarse llevar observando las lenguas de fuego crecer.

Mirvahll era una nevada isla al norte del continente, si bien no era la más fría de todas las que los humanos habían llegado a poblar, era la que albergaba la cárcel más grande conocida. Gerek había viajado hasta el cuartel de la ciudad para encontrar a un preso fugado.

- Ritt es extremadamente escurridiza, aún desconocemos cómo pudo salir de su celda sin ayuda del exterior.

- Nombre completo

- Rachel Ritt.

- ¿Antecedentes? ¿Motivo de ingreso en Mirvahll?

- Es confidencial capitán. Limítese a encontrarla- El tomo seco del militar le hizo apretar los dientes:

- ¿Algo más de deba saber?

- Si la encuentra- Lo dijo como un hecho poco probable- Estará armada.

- De acuerdo, señor.

- La isla estará aislada hasta que la encuentren.

El capitán no pudo revisar el expediente de la fugitiva, todo se mantenía muy secreto con respecto a los reclusos. Apenas sabía de ella y debía encontrarla lo antes posible. Era como buscar una aguja en un pajar con los ojos vendados. No sabía cómo era, ni cómo sonaría su voz, pero sólo por su nombre era como si la conociera...

El día estaba oscuro, como si las nubes amenazaran con tormenta en cualquier instante. En una isla enteramente de paso para los militares, todo debería ser legal e impecable, aunque no siempre era así. Gerek había escuchado todo tipo de historias de torturas, sótanos y casas de dudosa reputación. A pesar de todo el submundo de Mirvahll, no se le ocurriría acercarse al puerto:

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⏰ Última actualización: Oct 14, 2018 ⏰

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Arlet: Historia de una cazarrecompensasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora