✖ Noche de película ✖

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Nos reunimos cerca del sillón blanco, en torno a unas cuantas mesas para bailar en una zona más privada, sin ser molestados

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Nos reunimos cerca del sillón blanco, en torno a unas cuantas mesas para bailar en una zona más privada, sin ser molestados.
La cabeza me dolía: emitía constantes punzadas como agujas en mis sienes; me estaba mareando, no como si hubiera tomado algo, sino como si una lavadora de ropa me hubiera atrapado en su interior y luego expulsado como una ráfaga veloz a un lugar descampado.
Quería sentarme, pero todavía tenía energía como para bailar. ¡No podía simplemente ignorar la oportunidad de disfrutar la fiesta!

La velada transcurrió tranquila a diferencia de lo que me había pasado.
Norman no golpeó a nadie más, nadie se robó otro pastel ajeno, y nadie se cayó por el balcón por culpa de un perro salchicha histérico.
A eso de las tres y cuarto de la mañana, algunas personas comenzaron a irse. Para mí, fue la mejor parte de la fiesta. Cuanto menos gente hubiera, mejor. Odiaba sentirme contigua entre tantas personas. Ya estaba pensando en los hermosos apodos que me pondrían los Agentes al día siguiente: La Accidentada, La Voladora, La Chica a la que le Robaron el Pastel, La Chica del Perro Salchicha, La Novata de la Terraza...
Una vergüenza.

Perdí la noción del tiempo mientras bailaba. No me importaba, para ser honesta.
Las horas se iban desglosando lentamente mientras el baile seguía y las personas se divertían entre risas, comentarios, gritos y cánticos.
Norman flexionó las piernas para levantarse del sillón pero inesperadamente volvió a sentarse; volteé la vista hacia atrás, y me percaté de que un chico entre las penumbras venía hacia nosotros con prisa. Detrás de él caminaba una chica. La luz de la pista de baile les dio de lleno en la cara, permitiéndome reconocerlos: Lara y Freddy, los entrenadores.

Llevaban puesto el uniforme de los Agentes, pero éste era diferente al que usaba yo. Tenían un aspecto cómodo y abrigado. Al parecer, los uniformes de invierno cumplían su función a la perfección: afuera hacía frío, y Lara y Freddy al estar escalando el edificio deberían estar congelados como témpanos, pero no era así. De hecho, estaban acalorados.

Lara era muy, muy bonita. Era tan guapa que dolía la vista. Su cabello negro ondulado y su piel oscura la hacían ver refinada, regia. De mirada era dulce, pero semblante autoritario. Sus carnosos labios se curvaban en una sonrisa de dientes perfectos.
Freddy tenía un estilo más moderno y hosco, deportivo y robusto. Era tan guapo y sexy, que seguramente sería la estrella de fútbol americano en su universidad.
Lucía el cabello certeramente peinado de lado. Sus profundos ojos marrones parecían querer reducir a cenizas a cualquier persona que se interpusiera ante él.
Freddy sonreía con complicidad hacia Lara. Era como ver a dos ángeles.

—Bonita fiesta, ¿eh? —opinó Freddy—. Menos para ella, porque le pudo haber costado la vida.

—Déjate de comentar sobre eso, Fred, porque ya ha pasado lo feo —murmuró Lara, tomándole del brazo—. Es nueva. Seguramente esté pasando por una situación difícil.

—Tiene razón —acotó Miller—. Si alguien llega a la Agencia, quiere decir que le ha pasado algo malo, o los han enviado adrede: nadie viene aquí sin una historia que contar.

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