Je vais t'aimer

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Los siguientes días no fueron tan diferentes. Carmilla se había empezado a acostumbrar a su lugar en el suelo, de hecho ya hasta lo encontraba acogedor; ciertamente, mucho más confortable que muchos otros lugares en los que había tenido que pernoctar en su vida en las calles.

Laura, por su parte, comenzaba a sentirse cada vez más cómoda con las bromas de la pelinegra y sobre todo, sus acercamientos físicos; las manos entrelazadas eran un gesto cada vez más recurrente y los besos en las mejillas o en la frente parecían ser los favoritos de Carmilla que buscaba cualquier pretexto para obtener un contacto con la rubia. La pequeña de los Hollis, debía aceptar que dichos gestos no le producían el mismo rechazo que al inicio; muy por el contrario, cada vez se sentía más confortable con ellos.

E incluso la rubia sabía que se estaría mintiendo a sí misma si negara que los besos en la boca que la pelinegra le había robado bajo la supervisión de su abuela, no los había disfrutado.

Carmilla, además de saber besar con precisión y técnica propia, lo hacía con cierto sentimiento de por medio; era como si el baile entre sus bocas significara mucho más que la complacencia de la pelinegra con la abuela; como si con cada pequeño movimiento de sus labios y lengua formaran parte de un lenguaje secreto entre ellas con el que Carmilla quisiera comunicarle todo lo que las palabras no pudieran expresar.

Sherman no cabía de la emoción, permitía que su mente se divirtiera con la jugarreta de olvidarse que el acto era una ficción arreglada; miraba a Laura y Carmilla interactuar de maravillado con la grandiosa dinámica que la pareja tenía entre ellas; casi como si tuvieran todos esos años de convivencia y noviazgo en sus espaldas; cada caricia tan natural, como si sus cuerpos se conocieran en más de mil formas; cada sonrisa entre las mujeres como si se entregaran la vida en ellas.

Lilita era la más feliz, sin saber nada de lo que en realidad pasaba a su alrededor.

La abuela había tomado fuerza con la visita de su nieta y su prometida, era como si la presencia de la rubia le hubiese llenado de energía; la mujer había corregido incluso su encorvada figura, caminaba más holgada y pocas veces se quejaba del cansancio o el clima.

Todas las tardes, los cuatro miembros de la familia paseaban por los viñedos; Sherman explicaba seriamente cada uno de los cuidados debidos y Laura y Lilita compartían recuerdos entre las parras que hacían reír a todos por igual.

El cuarto día la abuela pidió a William abrir una de las botellas de vino más especiales de la cava para su convivencia en la sala de estar después de la cena.

"Espero que hayas disfrutado de esta cosecha." Dice Lilita a Carmilla.

"No soy experta en vinos, pero me pareció formidable, abuela."

"¡Me da mucho gusto! Es parte de las últimas botellas que tengo de la boda de Sherman y Eileen; y espero que pueda servirlo en su boda también. Si no muero antes de esa fecha." Explica la abuela antes de dar otro sorbo a su copa.

"¡Abuela!" Interviene con urgencia Laura.

"Nada de abuela, Laur. Ni tú ni Carmilla se están haciendo más jóvenes; y ciertamente Sherman tampoco. Ya no hablemos de mí; y ustedes ni siquiera han destinado una fecha."

"Créeme, abuela; si por mí fuera, Laura y yo ya estaríamos casadas y con un par de hijas." Contesta Carmilla dejando a Sherman y a Laura con la boca abierta tras la sinceridad percibida en sus palabras.

La pelinegra parece que ni siquiera se ha dado cuenta de las implicaciones de ello hasta que ve los ojos abiertos en sorpresa de la rubia.

"Es decir..."

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