Cap. 9 - ¿Día libre?

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Llevaban días intentando colocar las cámaras en casa de los Yagami, pero, por algún motivo,  siempre había alguien en casa. Tena removía el café mientras con la otra mano se comía una galleta oreo y L un pastel de fresas a su lado, era una sensación extraña, pero cómoda, no hablaban y un silencio abrumador rodeaba toda la habitación, pero aún así no resultaba incómodo, era incluso acogedor. El ambiente creado tenía el olor a café  y el calor de la habitación debido a la calefacción, hacía de ella un atmósfera cálida y sobrecogedora, sin contar que, aunque ninguno se diera cuenta, las rápidas e inesperadas miradas de cada uno hacía la otra persona, miradas brillantes y pícaras, deseosas, lujuriosas.Tal vez, y solo tal vez, fuera verdad esa frase de que el roce hace el cariño.

Dejó de sonar la cucharilla en la taza de porcelana rosa que la rubia llevaba en la mano y el detective volvió a mirar fugazmente a la joven, viendo como sus carnosos labios se entreabrían para dar paso al cálido café en su boca, como los labios aprisionaban la taza y dejaba en ella una marca del carmín negro que llevaba en ellos. No pudo evitar que su corazón y estómago dieran un vuelvo, al fin y al cabo, el todavía era un joven de veinticinco años, con sentimientos que podía enamorarse, o difícil, o fácilmente de una joven y atractiva muchacha.

- Hoy nos tomaremos un descanso. - dijo, no en tono muy alto, el pelinegro sin mantener contacto visual con ella.

La eléctrica mirada de ella fijó su vista en la cara del deective, podía jurar que había visto en los ojos de él un brillo diferente al acostumbrado, aunque claro, ella todavía no conocía en profundidad todas las emociones y gestos de él, aunque llevara tres meses junto a él en este enrevesado caso. Él para ella, era un pozo sin fondo, un chico que todavía no había llegado a esa luz, o en este caso, al fondo de la cuestión. Siempre fue un chico extraño y solitario, casi no recordaba a sus padres, mucho menos si tuviera hermanos, eso era lo único a lo que no se atrevía a investigar. Tenía cierto miedo ha saber qué cosas podían haber hecho o qué les habrán hecho como para saberlo, en el fondo, solo era un niño pequeño que ansiaba volver a los brazos de mamá y papá. Yena no se diferenciaba tanto en dicho aspecto, salvo que ella si recuerda a sua padres y sí sabe que les pasó, ya que vio con sus propios ojos como eran brutalmente asesinados.

Watari hizo aparición en la habitación con el leve traqueteo del carrito en el que recogía los platillos sucios, Yena ayudó al anciano y le acompañó a la cocina mientras veía como L, por primera vez, se tumbaba en el sofá y le veía cerrar sus enigmáticos ojos. Se colocó junto a Watari que estaba enjabonando todos los platos, y por un momento se sintió mal, Watari siempre limpiaba lo que L y ella ensuciaban, posó su mano derecha sobre su hombro y él se giró a verla, hizo un gesto, señalando la vajilla. El anciano se hizo a un lado y Yena cogió el estropajo y se puso a limpiar los platos mientras el anciano cogía el delantal y diferentes boles, y se ouso ha hacer una tarta, entonces cayó en la cuenta de que todos los pasteles que L se come no son comprados, si no que es Watari quién los hace.

- Me gusta hacerle los pasteles. - dijo leyendo sus pensamientos. - Para mi es como un hijo, y los hijos se merecen lo mejor, ¿no?

Yena asintió mientras cerraba los ojos, todavía recordaba las galletas recién hechas de su madre cada vez que volvía del colegio en esos fríos inviernos de Eslovenia o cuando pillaba la gripe. Terminó de aclarar la vajilla y se acercó al anciano y escribió en su libretita si podía ayudar, Watari sonrió en afirmación y le acercó el bol.

- Remueve la masa con cuidado. - dijo mientras la joven se recogía el cabello en una coleta alta y asentía.

Mientras ella y Watari hacían la tarta, L reflexionaba tumbado sobre el sofá con sus ojos cerrados. ¿Qué era exactamente lo que estaba sintiendo? Por una parte estaba eufórico. Kira había estado en el lugar del crimen, sin ser visto por las cámaras. Tenía que saber con exactitud dónde se hallaba todas y cada una de las cámaras para evitar ser visto. Pero aún así. Aunque las cámaras no vieran su cara, su complexión física era la de un joven, tal vez adolescente, lo que confirmaba su teoría de que era un esyudiante, pero, un adolescente con esa capacidad mental, tal rapidez de comprensión y de realización a la hora de un crimen.

Es allí dónde su teoría empieza a perder credibilidad. ¿Habría alguien con la edad entre dieciséis y veinte que tuviera casi el mismo coeficiente intelectual que él? Parecía irreal. Poco probable. Cada genio es superado por alguien más joven con ideas nuevas. Resultaba inquietante, pero al mismo tiempo interesante. Deseaba, ansiaba conocer a dicho sospechoso. Saber cómo realizaba tales asesinatos. Estaba intrigado. Tal vez, sea un masoquista intelectual.

Pero, por otra parte, junto a su euforia, estaba confundido. ¿Por qué razón sentía un extraño remordimiento cada vez que veía a Matsuda mirar a la rubia? No estaba en sus parámetros que Yena causara tales sensaciones. Admitía que era atractiva, era un hecho que no se podía negar. Pero, era la primera vez que sentía aquello, un retortijón cuando ella posaba su mano en el hombro del becario.

Agitó su cabeza y colocó su antebrazo sobre sus ojos, intentando relajarse, pero no podía, ya que cada vez que los cerraba, veía un electrizante azul escudriñándole entre la oscuridad. Escuchó la puerta de la cocina abrirse, por un momento pensó que sería el anciano, pero al inspirar el olor a café y galletas que siempre emanaba de la muchacha, apretó los ojos con fuerza sin ser detectado debido al antebrazo tapando su rostro. Luego percibió el agradable y dulce olor de una tarta de nata y fresa, y el sonido de un plato al posarse en la mesa y junto a ella, la cucharita. La sala siempre estaba en silencio, Watari solo hablaba para notificarles las citas y las horas, Yena no hablaba y el sisear de su escritura era tan rápida y clara que sonaba a melodía sobre el papel, y él, él no hablaba salvo que fuese estrictamente necesario.

Por eso siempre se respiraba un ambiente de paz mientras no están aquí reunidos los policías. Antes de destapar su rostro y dejar ver aquel azul que siempre aparecía en su mente cuando estaba con los ojos cerrados, sintió una mano colocarse sobre su antebrazo a modo de aviso. Destapó su visión y, al abrir los ojos, se encontraba mirando cohíbido a los oscuros ojos azules de la muchacha, que había agachado el rostro para mirarlo. Aquél azul. Como aquél que siempre ve.

Yena se levantó de su antigüa postura, dándole a enseñar al detective su desarreglada coleta alta, sus mangas negras manchada con merengue. Era obvio que había ayudado ha realizar la tarta. Ella se sentó junto a él, de tal forma que rozaban rodillas, y se puso a leer, por milésima vez, Romeo y Julieta. El corazón del chico palpitaba a mil, a tal punto que temía que estuviera dándole un ataque de taquicardia mientras cogía el trozo de pastel y empezaba a devorarlo.

Yena le había hecho un pastel, y no sabía qué sentír al respecto.

Es posible que sí sepa que le pasa.

Amor.

Dios. Creo que ha pasado un siglo desde que publiqué la última vez. Siento mucho la tardanza, en serio, pero han pasado ciertas cosas poco agradables y otras que me han tenido demasiado ocupada. Pero aquí lo tenéis. El capítulo nueve.

Gracias por leer, por no contar vuestra paciencia.

Gomenasai.

Lonely (L Lawliet Fanfic). PAUSADA TEMPORALMENTE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora