Capítulo 1.

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- No hombre. Esos pantalones no... -Suspiré frustrada apretando los dedos índice y pulgar sobre mi sien. Esto era muy cansado.
Me encontraba en el estudio con varios modelos de Abercrombie a los que tenía que fotografiar, menos mal que ellos elegían la pose porque más que plasmar los momentos en papel, parecería una sargento. Me aleje de las cámaras y me acerque a la puerta, buscando con la mirada a las asesoras personales de estos, dejándolos a ellos en la pasarela.
-¡Amanda! ¡Amanda! ¡Hey!- Al ver que no me hacía caso, corrí detrás suya. Iba con una taza de café y se le veía estresada. Sus pelos estaban en un moño alto muy deshecho mostrando las canas en la parte baja de su cabeza y en los extremos. Quise ahogar una risilla al ver su estado.

-¡Oh, Melanie! No te escuche, lo siento, estoy demasiado cansada... Apenas quedan empleados, lo que significa que los que quedamos tenemos que doblar el turno y ocupar más puestos pertenecientes a la empresa... -Susurraba, en serio, se le veía demasiado agotada y unas ligeras bolsas bajo los ojos se encontraban levemente moradas, de notando cansancio. Su aspecto tan desarreglado daba a entender que apenas tenía tiempo para sí misma con tanto ajetreo de vuelta para allí y vuelta para allá.
-Cualquiera quisiera ser tan joven contigo, yo apenas duermo ya. - Reía junto a ella, la compadecía.
-Tranquila, Amy, ya verás como papá conseguirá arreglar las cosas, solo se necesita paciencia y tiempo, ya verás. Por cierto, necesito que cambies a los chicos, por Dios, no tienen gusto de vestir.

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Al cabo de unas duras y ajetreadas horas, llegué a casa. Aún compartía casa con mis padres, y mi hermano a pesar de su avanzada edad también, debido a que su salario no le permitía comprar o alquilar una casa cerca de la universidad, pero al menos colaboraba y se dignaba a pagar la gasolina que conllevaba el trayecto de ida y vuelta al centro de sus estudios.

Fui al baño, abriendo la puerta y me quedé petrificada. Los gemidos empezaron a salir del cuarto, y dos figuras, una subida de la otra con sus piernas rodeando sus caderas y besándose apasionadamente. Di un gritillo de sorpresa y la pareja se giró para mirarme. Al parecer, era Melissa y su novio, el cual, siempre me olvidaba de su nombre y le llamaba Patrick,

-¡Melanie, haz el favor de cerrar la puerta! -Gritó angustiada refugiando su cuerpo contra el del chico, tenía una robusta espalda, de seguro que este era el típico chulo de playa. Arqueé una ceja y me apoyé contra el marco de la puerta, metiendo la mano detrás de mis pantalones, justo en el bolsillo trasero y saqué mi Iphone, en realidad fue un regalo de mi padre por todo lo que estoy sacrificando para que su empresa salga a flote, al menos, un poco. Sonreí traviesamente y les saqué una foto, guardando de nuevo el móvil. A Melissa se le desencajó la mandíbula, seguro, porque su cara era todo un libro abierto, tenía la boca abierta en forma de 'O' y el Patrick, parecía que era de gelatina pues no paraba de temblar, sinceramente, me daba igual si era de rabia o de miedo a que las colgara en alguna red social, por lo que jodería claramente su reputación.

-Mira tú por donde, como no desalojéis el baño y vayáis a demostrar vuestro amor en forma de chingoteo, juro que colgaré esta foto en Facebook.

Los dos, como llevados por el demonio, me hicieron caso y tapándose se largaron del baño a la habitación de mi hermana, pero esta última me devolvió una mirada, que si las miradas matasen, estaría ya muerta. Al final, le pude devolver una de las jugadas que ella me gastó con sus queridas amiguitas. Mi subconciente echo el puño en el aire en forma de victoria y sonreí, cerrando la puerta con seguro y me fuí a dar un rápido pero relajante baño de espuma que hacía que me relajara de sobremanera y mis huesos entumecidos descansaran.

Tras quitar el tapón y dejando que el agua poco a poco abandonara el hueco de la bañera, salí y me envolví el pelo en una toalla y me puse mi albornoz rosa con conejitos blancos y mis zapatillas a juego con el albornoz. Este fue un regalo de mi abuela, que ahora se encontraba en Japón, era profesora de inglés, fanática a los idiomas por lo que ahora se había encaprichado con aprender algo de japonés y ver la gastronomía, la manera de vivir y demás, y os preguntaréis por qué alguien tan 'vieja' seguiría dando clase. Mi abuela solo tenía 60 años, había concebido a mi madre a los 17, así que echar cuentas. Me miré en el espejo, observando mis azulados ojos, los cuales eran grandes a conjunto con mis largas pestañas dándome un aire infantil y inocente. Me eché crema para que mi cuctis siguiera estando suave y libre de alguna imperfección. Al parecer, al pasar la época de la pubertad y con todos esos asquerosos puntos negros y espinillas/granos, el destino quiso que no me dejaran marca en el rostro, haciendo que pudiera sentirme orgullosa de ello.

Promises and oath. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora