Cierta noche del siglo XVII, el abad de la antigua basílica de Guadalupe estaba a punto de retirarse de allí con sus familiares cuando llego un hombre elegante a confesarse.
Los familiares del abad lo esperaron y después de un rato él salió espantado, cerró las puertas sin esperar al hombre y apresuró a su familia a su casa sin dar explicaciones.
En casa de ellos, el abad comentó que aquel hombre elegante era un muerto venido de ultratumba y que se volvió sordo del oído derecho después de oír la confesión que nunca reveló por ética de su oficio