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Sears James, al hacer una pausa en su relato y pensar con irritación que el hábito de escuchar de Milly se volvía más y más ostensible cada mes, no tenía conciencia de un hecho registrado esa tarde en la ciudad, un hecho que afectaría las vidas de todos ellos. Era común en sí: el arribo de una mujer joven y de gran belleza en un ómnibus Trailways, una mujer que bajó en la esquina del Banco y la biblioteca y miró alrededor con la expresión de una mujer exitosa que vuelve a echar una mirada nostálgica a su pueblo natal. Era lo que sugería, con su valijita en la mano y la leve sonrisa posada en la hojarasca que se arremolinó de pronto en brillantes pilas. Podría haberse dicho, al mirarla, que su éxito era medida de su venganza. Con su hermoso abrigo largo y su abundante pelo oscuro, era como si hubiese llegado a regocijarse, pero con discreción, de lo lejos que había llegado en la vida, como si en ello residiera la mitad del placer que sentía al volver. Milly Sheehan, que estaba en la calle haciendo las compras para el doctor, la vio de pie junto a la parada del ómnibus cuando éste se alejaba hacia Binghamton y creyó por un instante conocerla. Lo mismo le sucedió a Stella Hawthorne, que estaba tomando café junto a un ventanal del restaurante Village Pump. Siempre sonriente, la muchacha de pelo oscuro pasó delante del ventanal y Stella volvió la cabeza para observarla cruzar la plaza y subir la escalera del hotel Archer. Su acompañante, profesor asociado de antropología de la Universidad del Estado de Nueva York, próxima a Millburn, y cuyo nombre era Harold Sims, dijo:

—¡El escrutinio a que somete una mujer hermosa a otra también hermosa! Nunca te vi hacer eso antes, Stel.

Y ella, que odiaba que la llamasen «Stel» dijo:

—¿La encontraste hermosa?

—Mentiría si te dijera que no.

—Bien, si encuentras que yo también soy hermosa, está bien. —La sonrisa que dirigió a Sims era algo maquinal. Sims tenía veinte años menos que ella y estaba enamorado. Miraba en dirección al hotel Archer, donde la muchacha alta pasaba en ese momento por la puerta y desaparecía en el interior.— Si está bien, ¿por qué la miras tanto?

—Nada, es sólo que... —Stella calló.— No es nada, en realidad. Es el tipo de mujer que deberías estar invitando a almorzar, en lugar de un monumento arruinado como yo.

— ja, si crees eso... —dijo Sims, y trató de tomarle la mano debajo de la mesa. Stella se la apartó con la punta de los dedos. Nunca le había gustado que la acariciasen en un restaurante. Le habría encantado propinarle una buena palmada en esa manaza.

—Stella, dame una oportunidad.

Stella lo miró con fijeza a los ojos, ojos de mirada suave y dijo:

—¿No sería mejor que vuelvas a tus simpáticas estudiantes?

Entretanto la mujer estaba registrándose en el hotel. La señora Hardie, que administraba el hotel con su hijo desde la muerte de su marido, apareció de su oficina y se acercó a la hermosa joven en el otro lado del mostrador.

—¿En qué puedo servirla? —preguntó y a la vez pensó: «¿Cómo voy a mantener a Jim alejado de ésta?»

—Necesito un cuarto con baño —dijo la muchacha—. Quiero parar aquí hasta que encuentre algo para alquilar en esta ciudad.

—¡Qué bien! —exclamó la señora Hardie—. ¿Piensa mudarse a Milburn? Vaya, cuánto me alegro. La mayoría de la gente joven de aquí arde por irse. Como mi Jim, que le llevará las valijas. Piensa que cada día aquí es como un día más en la cárcel. Desea ir a Nueva York. ¿Es de allí de donde viene usted?

—Viví allí. Pero parte de mi familia vivió aquí en una época.

—Bien, aquí están nuestras tarifas y aquí el registro —le dijo la señora Hardie, pasándole una hoja mimeografiada y el gran registro encuadernado en cuero por sobre el mostrador—. Encontrará que este hotel es agradable y tranquilo, sin fiestas ruidosas de noche.

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