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—Tengo hambre —le dijo Angie.

—Te compré ropa.

—No quiero ropa, quiero comer.

Atravesó la habitación, para sentarse en la silla vacía.

—Creí que te cansarías de llevar el mismo vestido todo el tiempo dijo.

—No me importa lo que llevo puesto.

—Muy bien —Wanderley dejó caer la bolsa sobre la cama—. Pensé, solamente, que te gustarían.

La niña no replicó.

—Te daré de comer si contestas a algunas preguntas. La niña se volvió y comenzó a pellizcar las sábanas, arrugándolas y alisándolas.

—¿Cómo te llamas?

—Te lo dije. Angie.

—¿Angie Maule?

—No. Angie Mitchell.

Desistió.

—¿Por qué tus padres no avisaron a la policía para que te busquen? ¿Por qué no nos han encontrado todavía?

—No tengo padres.

—Todos tienen padres.

—Todos, menos los huérfanos.

—¿Quién te cuida?

—Tú.

—Antes que yo te cuidase.

—Cállate. Cállate.

Su rostro adquirió una expresión dura, reservada.

—¿Eres realmente huérfana?

¡Cállate, cállate, cállate!

Para que dejara de gritar, sacó el jamón envasado de la caja llena de comestibles.

—Muy bien —dijo—. Te daré de comer. Comeremos un poco de esto.

—Muy bien. —Era como si jamás hubiese gritado.— También quiero pasta de maní.

Mientras cortaba rebanadas de jamón, Angie le dijo:

—¿Tienes bastante dinero para los dos?

Comía con su aire intensamente absorto. Primero mordió un bocado de jamón, luego hundió los dedos en la pasta de maní, sacó un montón y se lo metió en la boca para comer las dos cosas juntas.

—Qué rico —logró decir con la boca llena.

—Si yo me duermo, tú no te irás, ¿no?

Angie hizo un gesto negativo.

—Pero podré salir a caminar un poco, ¿no?

—Creo que sí.

Wanderley estaba bebiendo una lata de cerveza de las seis que había comprado en un pequeño comercio en el camino de vuelta. La cerveza, combinada con la comida, le dio sueño y sabía que si no se metía en la cama, se quedaría dormido en la silla.

—No tienes que atarme contigo. Volveré. Me crees, ¿no? —dijo Angie.

El hombre hizo un gesto afirmativo.

—Porque, ¿adónde podría ir? No tengo ninguna parte adonde ir.

—¡Muy bien! —dijo Wanderley. Una vez más, vio que no podía hablarle como quería. Era ella quien controlaba las cosas—. Puedes salir, pero no tardes mucho en volver.

Actuaba como un padre y sabía que la niña lo había colocado en ese papel. Era ridículo.

La observó salir del cuartito. Más tarde, al volverse en la cama oyó vagamente el ruido de la puerta al cerrarse y supo entonces que había vuelto, después de todo. Angie, era, pues, suya.

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