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En la mente del doctor Jaffrey se había formado una imagen perfecta, mucho más clara que la de los edificios frente a los cuales corría. Era la del puente de acero de dos carriles sobre el riacho en el cual Sears arrojó una vez una blusa que envolvía una piedra de gran tamaño. El sombrero de pescador se le levantó un poco bajo el viento intenso y por un instante esto también le resultó claro, pues el sombrero salió volando en elegantes curvas por el aire gris.

—Voy ahora mismo —dijo.

Si bien en un día cualquiera John Jaffrey podría haberse dirigido directamente al puente sin pensar en las calles que llevarían hasta él, esa mañana vagó por Milburn con un pánico cada vez mayor, pues no podía hallar el camino. Imaginaba perfectamente el puente —hasta veía los bulones con sus cabezas redondeadas— pero cuando trataba de imaginar su ubicación, lo único que veía era una especie de niebla. ¿Edificios? Dobló por Market Street y casi imaginó que el puente aparecería de pronto allí entre la casa que vendía hamburguesas y el supermercado A & P. Como no veía más que el puente, había olvidado el río.

¿Arboles? ¿Un parque? La imagen provocada por estas palabras era tan nítida que le sorprendió, al salir de Market Street, ver sólo calles desiertas, con la nieve barrida y apilada junto a los cordones. Siga, doctor. Siguió avanzando con torpeza, se apoyó un instante en una barra de peluquería y reanudó su camino.

¿Arboles? ¿Arboles diseminados en el paisaje? No. Ni tampoco estos edificios flotantes.

Mientras vagaba casi a ciegas por calles que deberían haberle sido familiares, el doctor se había alejado de la plaza hacia Washington Street al sur, pasando a Milgrim Lane y cuesta abajo por esa calleja pasando delante de casitas de madera de tres habitaciones, levantadas entre lugares para lavar autos y farmacias, hasta internarse en el Hollow y en la pobreza auténtica, donde se encontraría tan próximo a lo desconocido como era posible estarlo sin salir de Milburn (aquí podría haberse visto en dificultades, si no hubiese hecho tanto frío y si el término «dificultades», no hubiese sido ahora un concepto sin significado para él) y varias personas lo vieron pasar. Para éstas no era más que otro de los tantos locos que andan sueltos, condenados y vistiendo ropa estrafalaria. Cuando por casualidad retomó la dirección correcta y volvió a las calles silenciosas donde los árboles desnudos se alineaban sobre los lados de largos espacios de césped, los que lo vieron imaginaron que el automóvil del doctor estaba estacionado cerca de allí, ya que corría ahora en un trote más lento y estaba descubierto. Un cartero que lo tomó del brazo y le preguntó «Hombre, ¿necesita ayuda?» se quedó absorto e inmóvil al ver la misma expresión de terror que había hecho detenerse a Bili Webb. Por fin el doctor Jaffrey llegó, después de muchos rodeos, al sector comercial.

Cuando había trazado ya un doble círculo alrededor del Óvalo Benjamin Harrison y pasado las dos veces delante del mismo camino de acceso al puente, una voz paciente en su interior le dijo: Vaya otra vez por este mismo camino y tome la segunda calle que dobla, la que lleva al puente, doctor.

— Gracias — susurró y no dejó de percibir el tono divertido, además de paciente de la voz que en un momento había oído como voz opaca, inhumana.

Así pues, extenuado y medio congelado de frío, se obligó a tomar una vez más el penoso camino, pasando delante de gomerías y talleres de reparación de amortiguadores del Ovalo Benjamin Harrison, levantando las rodillas como un rocín tirando de un carro de lechero, hasta que por fin dobló por Bridge Approach Lane.

— Claro —dijo y su voz fue casi un sollozo. Por fin veía allí el arco gris del puente sobre el río de curso perezoso. No podía trotar ya y en realidad en este punto apenas podía caminar. Había perdido una zapatilla y no tenía la menor sensación en el pie descalzo. Sentía un dolor punzante en el costado izquierdo, le latía con fuerza el corazón y sus pulmones eran una masa de dolor. El puente era la respuesta a su plegaria. Dio unos pasos hacia él, con gran esfuerzo. Aquí era donde le correspondía estar al puente, aquí, en este sector ventoso donde los viejos edificios de ladrillos habían sido reemplazados por tierras pantanosas cubiertas de maleza, aquí, donde el viento era como una mano que intentase retenerlo.

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