El domingo fue una mierda, no lo voy a negar. Antes de cenar vino mi hermana a mi habitación y me dijo: «¿Quieres ver la final?». Yo le pregunté con qué equipo íbamos. Me dijo que, naturalmente, con el que tuviera más jugadores guapos. Y a la vez dijimos yo Alemania y ella Argentina. Así que fenomenal, seríamos rivales. No es que nos hayamos puesto de acuerdo mucho en lo que viene siendo toda la vida, pero bueno. Al final ganó Argentina por un gol trampero, bien trampero, pero así fue. Hasta en eso perdí.
El lunes, 30 de junio, prometía ser un día maravilloso. Sobre todo porque era mi vigesimoprimer cumpleaños. Increíble, pero cierto, me levanté motivada aquella mañana. Y, ¿cómo no? Mi madre y mi hermana me habían dejado un muffin de frambuesa con unas velas, de esas con formas de número, al lado de una taza fría de café en la mesa de la cocina. Sonreí al instante y me dispuse a calentar la taza en el microondas. Entonces apareció mi madre, con una gran sonrisa y una bolsa de colores. Me podrían haber dado ganas de llorar, dado mi estado emocional, pero sin embargo no lo hice porque mi madre tenía aquella costumbre de ser la primera en darme su regalo. Dentro de la bolsa había un sobre y un paquete. Quise abrir primero el sobre, pero, por alguna razón, mi madre como que se puso tensa y miró el paquete, así que opté por hacerle caso a su mensaje subliminal. Me regalaba un bolso bastante amplio, del tamaño de un portafolios, de cuero marrón que me encantó aunque no sabía cuándo usarlo porque era demasiado grande para salir de fiesta y demasiado formal para el uniforme del curro. Aun así, le di un beso en la mejilla dándole las gracias por muy poco atino que pensaba que había tenido. Entonces abrí el sobre y vi la solicitud de uno de los cursos que yo quería hacer. Había hecho un primer ingreso de matrícula y, entonces, entendí todo. El bolso sería para volver a estudiar, para poder llevar todas mis cosas. Cerré los ojos un instante pensando que tenía una madre que no me la merecía, y la abracé tan fuerte que si hubiera habido un árbitro de lucha libre ahí mismo en la cocina me habrían expulsado del combate sin dudarlo. Entonces entró mi hermana por la puerta haciendo ruido y me cantó el cumpleaños feliz al estilo "despellejando a un gato vivo" que es como desgañitándose y autolesionándose la garganta sin motivo alguno. Ella me regaló unos coleteros de moda con motivos de flores y una cajita con un montón de tachuelas, botones y todas esas cosas que me encantaban para customizarme la ropa. A pesar de ser tan diferentes eligiendo en toda nuestra vida, sabe qué es lo que me gusta, es lo mejor de mi hermana todavía a día de hoy. Insistió en encender las velas y que pidiera un deseo antes de irme a trabajar. Papá entró a la cocina bostezando, aunque creo que llegué a entenderle «¿ibais a hacerlo sin mí?». Le sonreí y le abracé porque suponía que el regalo de mamá era de él también, aunque no lo reconocería en ese momento. Sólo me despeinó un poco y me miró como los padres miran a las hijas cuando se dan cuenta de que se han hecho mayores. Me dio un beso en la frente y me empujó un poco para no mostrarse muy emotivo —¿a quién habré salido?—, entonces dijo que soplara de una vez las velas y me reí. Me senté a la mesa dispuesta a soplar. Mi madre dijo que iba a por la polaroid, así que mi padre y mi hermana perdieron un poco la paciencia, pero yo me reía y, cuando por fin llegó, me hizo la típica foto horrible con los carrillos llenos de aire y la boca de pez. Menos mal que, en lo que tardó en revelarse la foto, me hizo otra con una gran sonrisa sosteniendo mi muffin con el veintiuno de cera chuchurrido por el fuego. El deseo que pedí es secreto, aunque teniendo en cuenta cómo estaba mi vida de desordenada se puede saber por dónde iban los tiros.
En el trabajo sólo podía pensar que nada más me quedaba un verano rebozando pescado y que las cosas serían diferentes después. Sin embargo no les dije nada a mis compañeras porque no quería que Sam se echara a llorar antes de tiempo y que a Ginna le entrase una embolia cerebral pensando que tendría que cubrir mis turnos hasta que hubiera una sustituta para mí. Fueron un amor, porque entre las dos me regalaron una camiseta con un pescado de lentejuelas que en ese momento me pareció muy bonita. Gracias a Dios eso ya no se lleva hoy en día. El trabajo no se me hizo pesado, sobre todo porque Sam le comunicaba a cada cliente que era mi cumpleaños y la gente era muy agradable. Fue así como Liam Gallagher, el también conocido como delincuente juvenil, se enteró de que era mi cumpleaños. Apareció por allí con dos amigos diciendo que estaban de celebración, a lo que Sam les comentó que nosotras también.
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¿Qué sabes de Noel Gallagher?
RomanceManchester 1986. El novio de Aura la dejó hace unos seis meses. Va a cumplir veintiún años, tiene un trabajo que considera una mierda y sigue viviendo en casa de sus padres. Tiene una teoría sobre por qué la vida la trata tan injustamente y no tie...