9. Teoría de los seis grados: o el Mundo es un pañuelo

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Me gustaría poder decir que me despertó un rayo de sol directo de la ventana y enfocado justo en mis ojos, pero no, porque entonces no se trataría de Mánchester. No sé qué fue lo que me hizo despertarme. Quizá un claxon en la calle, una canción en italiano que parecía salir de la radio-despertador de la habitación de al lado o dos palomas que parecían estar teniendo una batalla a muerte en el alfeizar de la ventana por algún pedazo de algo. El caso era que, al abrir los ojos después de pestañear cinco o seis veces, tipo como en las pelis pero sin parecer recién maquillada, me encontré en un sitio que no era mi habitación. Miré un poco a ambos lados de la pared hasta que recordé que estaba en ese hostal. Y con Noel. Sonreí girándome hacia su lado, esperando encontrármelo dormido, pero me estaba sonriendo.

—Oh —pronuncié antes de sonreír de nuevo.

—Buenos días... —dijo con voz ronca, girándose hacia mi lado, remoloneando un poco, cerrando los ojos otra vez.

Solté una risita y vi como sonreía, intentando taparse la cara con la sábana que yo tenía un poco enrollada cual momia, por lo que le era casi imposible. Me moví un poco para desenrollarme y, entonces, miré mi reloj, que había dejado en la mesilla.

—¡NO ME JODAS, NOEL!

—¿Qué? —me preguntó, abriendo los ojos e incorporándose sobre la cama como si tuviera un resorte en la espalda, quedándose sentado mientras dirigía una mirada perdida y una cara de desconcierto total hacia mí.

—Son las diez menos cinco... —expliqué. Luego sonreí con inocencia. Quizá había sido un poco exagerada, pero pensaba que se nos había hecho tarde.

—Bueno, hasta las doce no nos echan... —dijo él con tono divertido, volviéndose a tumbar con cara de alivio.

—Pero nos íbamos a ir antes de las siete —dije entre contrariada y divertida, dejándome caer sobre la almohada de forma dramática.

Noel soltó una de sus carcajadas cortas y contundentes y luego se giró hacia mí, para apoyar sus codos a cada lado de mi cuerpo y mirarme a los ojos. Yo no supe qué iba a hacer, pero sentí un montón de tensión entre nosotros. Pero no de la mala, sino como si se formara una especie de energía que nos envolvía y que luego nos apretaba. Sólo era capaz de mirarle a los ojos como si, de verdad, pudiese descubrir sus intenciones o como si pudiese adelantarme a lo que iba a decir. Sin embargo, un vacío negro me embotaba la mente mientras sus ojos azules me atrapaban sin dejarme pensar en nada.

—Bueno, nos dieron las cuatro o las cinco, ¿de verdad pensabas que nos íbamos a ir antes de las siete? —rio y ladeó la cabeza, pensativo, mirando al techo—. Recuerdo que dijiste: «sólo voy a cerrar los ojos un momento, no pienso dormirme».

—¿Y cuánto tardé en dormirme? —solté, junto con una carcajada que me salió sola ante ese gesto tan bobo que él tenía.

—¡Y yo que sé! Cerré los ojos a la vez.

Me reí ante su sinceridad y él se encogió de hombros. Estaba tan cerca, podía sentir como su cuerpo desprendía calor, como horas antes mientras me abrazaba. Su nariz estaba apenas a cinco centímetros de la mía. Le acaricié el pelo con una mano, apartándoselo de la frente. Noté como se contraía un poco con el contacto y aparté la mano. Sonrió, besándome en la frente, antes de volver a tumbarse a mi lado y sobarse los antebrazos, como si estuviese frotando. Me di cuenta entonces de que se le había puesto la piel de gallina a causa de mi caricia. Y sonreí. Sonreí porque noté un calor muy reconfortante en mi interior a la altura del pecho.

—¿Qué hacemos ahora? —le pregunté con un tono de voz dulzón y empalagoso.

—¿Nos duchamos y vamos a desayunar a alguna parte?

¿Qué sabes de Noel Gallagher?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora