Era un día de septiembre de un otoño cualquiera, en una estación de autobús desierta, con tan solo una joven de bufanda en la parada.
Eran las diez en punto de una mañana cualquiera, de un día en el que, como otro cualquiera, ella cogía el autobús camino de la universidad.
Pero, esta vez, cuando posó uno de sus pies en el alargado vehículo, la sensación que la embargó no se trató de una cualquiera.
Una mirada al final del autobús, dos ojos profundos observándola. Dos ojos que hacía tiempo que no veía.
Sus miradas tropezaron, chocando la una con la otra, y tartamudearon nerviosas, inquietas por aquel reencuentro inesperado.
Ella bajó la mirada con las mejillas encendidas, y se sentó delante para no tener que mirar el rostro que ya casi había logrado olvidar.
El autobús los mecía en su seno, adormeciéndolos en el sueño de que aquello era obra del destino.
La música sonaba en los cascos de él, intentando acallar los pensamientos revolucionados que gritaban en su cabeza.
"¡Es ella!", "¡No puede ser!", "¿Querrá hablar conmigo?", "¡Qué bella es!".
Pensamientos ensalzados, con cientos de preguntas desconcertado al joven muchacho de cabellos castaños.
Ella apoyaba su brazo en la ventana, y observaba las vistas recordando los días en los todo le recordaba a él.
El ligero balanceo de las hojas al descender de los arboles en los frescos otoños, era el baile de sus pestañas al cerrar los ojos. La hierba cubierta por el rocío, tan brillante y tan pura como los ojos que adornaban el rostro de aquel que, un día, fue el hombre de su vida.
Dónde habían quedado las noches silenciosas en las que solo escuchaban sus propios susurros al observar el mar de estrellas desde la azotea del más alto edificio de su ciudad...Allí donde se creían gigantes e invencibles, desde donde proclamaban su amor eterno amándose a los ojos de la luna llena, rodeados de velas que alumbraban sus cuerpos desnudos...
De un frenazo paró el autobús, y las puertas se abrieron sugiriendo una salida.
Sus manos se rozaron por un instante cuando la gente empujaba sin tedio para salir cuanto antes de aquel vehículo infernal.
Ella caminó sin mirar atrás, él solo la siguió con la mirada, diciéndose, de nuevo, un adiós temporal, porque ambos sabían que, aunque aquel o fuese ni el momento ni el lugar, dos almas que están unidas por el lazo del destino, siempre vuelven a encontrarse.
ESTÁS LEYENDO
El cuaderno de nubes grises
De TodoEsto no es una historia, ni un cuento, ni nada que pueda interesar a nadie. Esto es simplemente una especie de cuaderno, de esos donde te pones a escribir lo que piensas y lo que sientes en esos momentos en los que estás frustrado, triste, roto o en...