Parte 1

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La dedica humildemente a la señorita Cooper su agradecida y humilde servidora

La autora.


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Mientras Sir George y Lady Harcourt estaban supervisando el trabajo de sus segadores, recompensando la aplicación de algunos con sonrisas de aprobación, y castigando la holgazanería de otros con una vara, vieron tendida y muy oculta bajo el denso follaje de un almiar a una hermosa niña de no más de tres meses de edad.

Conmovidos por la gracia encantadora del rostro y encantados con las infantiles, aunque enérgicas respuestas que dio a sus numerosas preguntas, decidieron llevársela a casa, y como no tenían hijos propios, educarla con esmero y corriendo con todos los gastos.

Como eran buenas personas, su preocupación primera y principal fue inculcarle un amor por la virtud y un odio por los vicios, lo cual les salió tan bien (la propia Eliza tenía una predisposición natural en ese sentido) que cuando creció, la niña se convirtió en una delicia para todo aquel que la conocía.

Amada por Lady Harcourt, adorada por Sir George y admirada por el mundo entero, vivió en una continua felicidad ininterrumpida hasta que cumplió los dieciocho, momento en el que, al ser descubierta robando un billete de cincuenta libras, fue puesta de patitas en la calle por sus inhumanos benefactores. A alguien que no poseyera un espíritu tan noble y elevado como el de Eliza, esa transición le hubiese supuesto la muerte, pero ella, feliz y consciente de su propia excelencia, se divirtió sentándose bajo un árbol, componiendo y cantando los siguientes versos:


CANCIÓN

Aunque mil desgracias haya de sufrir

espero no necesitar jamás a ningún amigo

pues siempre tendré un corazón inocente conmigo

y nunca jamás de la virtud habré de huir


Habiéndose divertido unas horas con esta canción y sus propias y agradables reflexiones, se levantó y tomó rumbo a M., un pequeño pueblo comerciante, de donde era su más íntima amiga, quien regentaba El León Rojo.

Inmediatamente fue en busca de esta amiga, a quien, tras haberle contado su pasada desgracia, le comunicó su deseo de entrar en una familia en calidad de humilde acompañante.

La señora Wilson, que era la criatura más amable de la tierra, tan pronto como conoció su deseo, se sentó en el mostrador y escribió la siguiente carta a la duquesa de F., la mujer que más estimaba entre todas.

Jane Austen - Henry y ElizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora