Y llegaste tú

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El último día de septiembre llegó junto con una taza de té negro y a YiXing durmiendo en mi pecho. Yo tampoco me llegué a imaginar en una situación similar, menos con alguien como él. Advierto que su forma de expresarse me costaba descifrarla.

Nos volvimos cercanos, al punto en que él tenía la libertad de quedarse en mi casa cuantas veces quisiera. Había formalidades que no respetábamos y aquello nos hacía felices.

Dejé a un lado el libro doblando la esquina de la hoja en que iba, bajando mi mirada hasta YiXing. Mi mano recorrió su torso hasta encontrar la manta, y subir ésta para cubrirlo nuevamente. Sus pestañas se movieron, pero no despertó. Así que me di unos momentos para contemplarlo.

Había un ciento de cosas que me encantaban de él, así como las que me digustaban. Su rostro tenía un toque de secreto, y sus sonrisas llevaban consigo un montón de palabras clave que, hasta entonces, me era difícil entender. YiXing sabía hablar en versos, con propiedad y tal elegancia, que me hacía preguntar si de verdad había sido detenido por la policía alguna vez.

Él se removió sobre mi pecho y despertó, dejando tres besos sobre mi suéter para luego mirarme.

—¿Cuánto me quedé así?

—Una hora -respondí pasando mis brazos a su cuerpo en un abrazo-. ¿Dormiste bien?

—Dormir contigo es una de las delicias más grandes del mundo. Debería hacerlo seguido.

A ello me refería. YiXing tenía una manía preciosa para hacer a mi actividad cardiaca aumentar. Palabras que a veces me hacían pensar, ¿Qué tan tonto debía ser yo para no pedirle que fuese mío? ¿Qué me impedía probar de su boca? ¿Por qué no podía yo decirle cosas tan dulces como él a mí?

YiXing también tenía el poder de leer la mente. O algo como eso.

—No necesito que me respondas con palabras -tocó mis labios con sus dedos- haces más de lo que piensas dejándome estar cerca de ti.

Eso me llenó de tal alegría, que me incitó a besar su frente. Sin querer, eso fue lo que por fin dejó a YiXing callado durante el resto de la tarde.

Cuando la noche nos alcanzó, decidimos irnos a la cama para abrazarnos libremente. Cabe decir que, definitivamente, yo estaba enamorándome.

—¿YiFan? -musitó apretando su abrazo-, YiFan...

—Estoy despierto.

—Sé que hay muchas dudas en tu cabeza, pero creo que no es momento para resolverlas.

—¿De qué hablas? -Me incorporé en la cama, tratando de no moverlo mucho y así quedar cómodos.

—He visto y sentido cuando tocas mis tatuajes. También te descubrí investigando de mí. Sin embargo, ¿a ti te daban el postre antes de la comida? Por supuesto que no -él también se sentó sobre la cama y tomó mis manos-. Me gustas. No. Mentira, me encantas. Estoy loco y desquiciadamente enamorado de ti. Tal vez desde la primera vez que te vi ¿y sabes por qué? Porque eres único.

—Dices esto como si fuera malo.

—Ambos sabemos que no lo es.

—¿A qué quieres llegar?

—Necesito... te pido fervientemente que esperes un poquito. Y que, de ninguna manera, te atrevas a investigar de mí. Disfrútame, yo lo estoy haciendo contigo.

Esas palabras me llevaron a tomar su rostro. Acariciarlo como si fuera la última vez haciéndolo, y luego, apretar sus labios contra los míos.

Era verdad, los labios de mi pequeño chico tenían un dulzor parecido a la miel. Como la suavidad de la tierra mojada entre los dedos de los pies. Sabían a roces discretos y versos a la Luna que jamás escribí.
YiXing era mi serendipia, mi hallazgo, un premio de lotería sin un número de serie. YiXing llegó a mí cuando no lo buscaba y aun así me hizo llevar mis estándares de pareja muy alto. ¿Qué ganas tendría yo de buscar algo si ya lo tenía entre mis brazos? Esa noche me dediqué a besar cada estrella en su espalda, y él, a recitarme poemas donde hablaba sobre mí.

Un puñado de estrellas »KrAyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora