Ocho meses después…Hace varios meses había dejado en aquella suite del hotel al mejor y más mentiroso hombre con el que nunca me había encontrado, sin embargo, aún lo amaba.
Era curioso ver que aunque hubiera mentido en parte de su nombre y apellidos de las historias que me contaba, aún seguía latente el hecho que era quien me había cambiado a ver el mundo de otra forma. El dinero ya no escaseaba y luego de inventar excusas tuve que decirle la verdad censurada a mi madre, quien agradeció el dinero pero se culpó a llevarme a hacer esos actos para que ellos no sufrieran.
Para que ella no muriera.
Andy ya estaba en la secundaria, mamá tenía una enfermera que la cuidaba a diario.
Y yo, hoy vería a Hanz.Ya no más la mentira, sino, el verdadero hombre detrás de ellas.
Tomé asiento en el café que ahora frecuentaba, pedí un expreso y esperé mientras miraba mi correo y los mensajes que me habían sido enviados. Terminé mi café y en el momento en que decidí irme, llegó.
Tan bien vestido como aquel día, esos mismos ojos que me hacían ruborizarme ante el menor pensamiento sucio y la belleza que mi mente no pudo igualar. Hanz estaba enfrente y de nueva cuenta mis latidos incrementaban ante su mirada fija en mí. Me arreglé como hace unos meses, aquel lindo vestido y tacones que me regaló el día de mi entrega total. Mi cabello ya no caía en mis hombros, sino que, se movía de acuerdo a mi cabeza. Al nivel de mis oídos, dejando que mi cuello recibiera un poco de la brisa matutina del otoño en California.
—Toma asiento, Hanz.
Me sentía de nueva cuenta como aquella mujer infantil que tenía veintidós y temblaba ante cualquier toque en su piel. Esa que a momentos era seductora y tenía la lengua afilada para contraatacar.
Sólo que ahora con veintitrés años y la seguridad de un futuro seguro entre mis dedos.—Gracias, Amanda.
Las formalidades volvieron junto con el deseo contenido, aunque esta vez la que traía un buen acuerdo, era yo.
Por un segundo nos miramos entendiendo nuestros cambios, sus ojos se fijaron en mi cuello a la intemperie y vi claramente que tragó saliva. Su cabello ahora era acomodado al estilo retro y le quedaba bien.
Parecíamos una pareja de amantes de los 50's y a ninguno nos importaba.
Pero había algo que a mí está vez me preocupaba más que su nuevo corte y lo agitada que me comenzaba a sentir.
¿Aceptaría esto?
—Hace tanto, ¿no? Veo que supimos como arreglar todo. Te perdoné porque aunque quisiera, nadie había echo eso por mí. Me hiciste sentir querida y lo aprecio pero hoy yo vengo a preguntar algo, Hanz.
Arqueó una ceja, aunque intentaba no mostrar sus pensamientos, había aprendido muy bien de él en esas dos semanas. La confusión fue la primera que apareció, luego le siguió la comprensión para abrir paso a la última: curiosidad.
—¿Qué deseas preguntar?
Aspiré tanto aire como mis pulmones me dejaron contener, moví mis dedos de nuevo puesto que los nervios me hacían llegar a la inseguridad. El frío calaba en mis huesos.
—¿Alguna vez me amaste? Digo, sin deseo o cualquier otra cosa de por medio. Hablo del sentimiento puro de amar, deseando el bien al otro.
Frunció el entrecejo y sus labios se volvieron una fina línea.
—¿Qué no te ha quedado claro? Si por mi hubiera sido nunca te habrías ido.
«¿Sabes cuántas veces estuve tentado a ir por ti para pedir perdón? ¿Las sabes? Me he sentido incompleto desde aquel día y el hecho de levantarme cada mañana me recuerda lo miserables que han sido estos meses sin ti a comparación de cada día entre tus besos. Si eso no es amar, no sé qué lo es. Sigo perdido sin ti y verte perfecta y compuesta me hace mal.»
Y allí había estado mi anterior yo.
Ahora los papeles se revertían y sólo lo miraba mientras él se abría completamente ante mí.
Bajé los ojos, temiendo que las lágrimas derramadas únicamente ese día volvieran a traicionarme. Pero por más que esperé nunca llegaron. Había cambiado para bien, me enseñó el control y ahora podía hacer lo que me apasionaba.
Así que lo solté de golpe antes que mi versión anterior apareciera y me hiciera pensar.
—Te tengo una propuesta.
Sus barreras se destrozaban, al igual que las mías. Su mandíbula estaba apretada mientras me veía tentada a besarlo hasta el consuelo.
—¿Qué tipo de propuesta?
Su voz guardaba resentimiento.
Sonreí mientras recordaba nuestro encuentro en aquella oficina.
Y volví a pronunciar su frase pero con mis palabras.—Es un trato, uno que te conviene y a mí. Pero debes elegir si lo deseas o no. Si aceptas deberás saber que ya no podrás vivir como antes, sino, ahora serás mío a tiempo completo. Sin mentiras y verdades ocultas, no para mí al menos. Sin embargo, si te niegas no me obtendrás y volverás a tu anterior vida entre grises y negros, seguirás como si nunca te hubiera conocido.
Una sonrisa agria apareció en sus labios, esos que me estaban tentando a que los besara desde que había aparecido en mi campo de visión. Negó divertido mientras una de sus cejas oscuras se deslizaba arriba.
—¿De cuánto tiempo estamos hablando?
Mordí mis labios para contener una risa.
—Todo el que tú quieras, no hay tiempo definido.
Salió de la pequeña silla donde se encontraba sentado con anterioridad y camino hacia mí, se colocó de rodillas. Tomó mis manos al mismo tiempo que una corriente pasaba por mi espina dorsal, el deseo se acumuló en mi parte inferior y desee haber elegido otro lugar en vez de un café público.
Colocó unos billetes debajo de la taza donde antes había café.
—¿Y sí digo que te quiero para siempre?
—Es tu decisión, todo el tiempo que quieras.
Me acercó a su cuerpo, inmediatamente sus brazos me rodearon y un beso profundo nos dio la bienvenida a todo lo que venía a partir de hoy.
—Sólo si aceptas hacerlo correctamente.
Y sin decir nada, me tomó entre sus brazos mientras los comensales nos miraban y unos gritaban animando a Hanz. Mi sonrisa seguramente hacía a mis mejillas sonrojarse pero era feliz.
Ambos éramos felices, sin necesidad de mentiras.
—Siempre, atado a ti para siempre.
Fin.
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Verdades Envueltas
RomanceAmanda White limita el dinero e intenta estirarlo hasta más no poder, sin embargo, cuando conoce a Hanzel Black todo en su vida se verá prometedor. Sólo deberá seguir las reglas de Hanz o resultará herida. ¿Puedes confiar en alguien que dice...