~who's obsessed with a guy~

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"Dicen que estoy loca... y secretamente me encanta"

Alya:

Mi vida cambió un veinticuatro de noviembre, en un árbol que a simple vista se ve común y corriente. Igual a resto. Pero ese árbol, era nuestro árbol, era nuestro sicomoro y ahí lo conocí. Ahí conocí a Oliver Villarreal.

Oliver, el nombre le quedaba bien, más que bien, caía perfecto con ese perfil de príncipe. Hacía perfecta armonía con el par de ojos azulados que combinaban con su sonrisa de comercial. .

Incluso puedo jurar que su nombre hasta rimaba con cada minúscula facción de su rostro. Fue un simple flechazo. Instantáneo. No lo pude evitar, simplemente mis ojos lo seguían como si verlo fuera lo único importante en esta vida. 

Su cabello rubio, combinaba con lo rojizo que es el mío. Desde pequeña pensaba que nuestros hijos tendrían un color de cabello naranja y mis ojos caféces, quizás su nariz perfilada y mi sentido del humor. Tenía la idea tan bien pintada, porque según yo, aquella caída del árbol, no era casualidad. Nosotros estábamos destinado a estar juntos, tanto como estábamos destinados a conocernos aquel día. Mi mama solía decirme que vivía en mi propio mundo de fantasía, que mi imaginación no tenía límites. Siempre pensé que era algo bueno... hasta que perdí la línea entre fantasía y realidad.

Estaba enamorada de una sonrisa que desconocía. En quinto año terminé en la misma parada bus que él. ¡Nunca había tomado un bus! Siempre había tenido la casa rodante, siempre había estado cerca de mis padres. El mundo fuera de la costa, dentro de aquel pueblo... lejos de lo que conocía... me aterraba. Ella decía que era hora de soltarme un poco—aunque ahora que lo pienso bien, parecen más ideas de la mamá de Ollie, que de la mía— al principio puse resistencia, pero cuando el nombre de mi príncipe se asomó a la conversación. No pude resistirme y acepté. Quería hablar con él, salir, sonreír, sentir como el mundo corre entre mis dedos y no importarme. Ver cómo la vida avanzaba y no tener miedo de ello.

Pero, no era así. Él era Oliver Villarreal, el chico de los ojos azules que vivía a dos cuadras de mi casa. Él que nunca me miraría como más que un estorbo en el pasillo. Oliver, el príncipe no interesado en Cenicienta.

Cerca de décimo año su fama empezó a crecer entre las niñas y mis problemas llegaron. Mis problemas llamados Ashley, Melany y Bella. Tres arpías con chichis súper desarrolladas que parecían venderle pechuga a Ollie a cada rato. Cada día iban con un escote más pronunciado. Me hubiese gustado decir que mi príncipe tenía modales, era un caballero, pero... él era Ollie, Rey de la pechuga.

Con el tiempo dejé de llamarlo "príncipe" porque era notorio que no era un príncipe—aunque por fuera solo le falta la capa y la espada— pero tampoco lo podía llamar "Oliver". Lo sé, era su nombre y era bello. Pero, se escuchaba tan frío el solo llamarlo así. Así que lo llamaba Ollie.

Mi mamá era hija de una familia adinerada que le dio la espalda cuando se enteró su embarazo adolescente —yo—. Mi donador de esperma , al igual que los demás, se fue.

Tiempo después de mi nacimiento y gracias al buen corazón de la gente. Mi madre terminó de asistente en consultorio de mascotas, donde conoció a Jeremy —a quien hoy en día llamo papá— quien hacía pasantías de la universidad.

A Jeremy nunca le molestó mi existencia, es más parecía encantado de la idea de tener una hija. Ya que su ex-esposa lo había dejado por ser estéril. Y así nació mi familia, o bueno parte de ella.

Por los primeros seis años de mi vida, los viví como nómada. Jeremy se había graduado de biólogo marino y vivíamos en una casa rodante que viajaba por la costa de mi país. Mi padre—Jeremy— había descubierto una especie curiosa, el zafiro de mar. Y de esta forma también nació mi apodo. "Mi pequeño zafirito", solía llamarme, decía que eran iguales a mis ojos, cambiantes, transparentes. 

Mi padre empezó a ser conocido por esto y la vacas flacas empezaron a engordar. Cuando la familia de mi madre nos contactó, mis abuelos habían muerto en un vuelo a Madrid. Toda la herencia quedó a cargo de mi madre. Así terminamos viajando a Bellavita.

La idea era visitar el pueblo, ir al funeral, renunciar a la herencia o darla a la caridad, y volver a nuestra vida rodante de siempre. Pero, el "milagro" apareció.

¡Mi mamá estaba embarazada!

Al parecer Jeremy no era estéril, su ex-esposa lo era y mintió para salir de manera fácil de su matrimonio e irse con su ginecólogo.

Con la llegada del nuevo bebé, nuestro estilo de vida nómada no iba a ser más posible. El darme clases en casa no iba resultar, no iba a haber tanto tiempo. Mis padres tomaron la decisión de hacerse cargo de la herencia. Vendieron su parte de la empresa, se desvincularon completamente de ella y con todo ese dinero se compraron varias acciones en empresas que recién estaban empezando, se abrió dos pólizas de acumulación para la universidad mía y del bebé en camino. Nos mudamos a la casa de los abuelos, en una ciudadela cerrada con un hermoso parque que en aquel tiempo parecía bosque.

Papá decidió que era tiempo de dejar a un lado el trabajo y centrarse en nosotras. La investigación del zafiro de mar, quedó pospuesta. Y eso sí fue algo que extrañé los primeros meses. Papá solía ponerme en sus piernas, mi cara contra el microscopio mientras me explicaba lo que veía, mamá siempre venía con un emparedado de crema de maní y jalea—para mí— y otro de atún—para papá— y simulaba poner atención a lo que papá y yo le contábamos de las células, ella solo reía. Sabía que era importante para nosotros, pero no era su mundo. Ella era una artista. Un espíritu libre.

Ellos, siempre fueron la mezcla perfecta de arte y ciencia. Mamá solía decirme que a pesar de que Jeremy y yo no compartíamos el mismo ADN, nos parecíamos mucho. Y que él me quería lo suficiente para no darle importancia a este detalle. Porque en nuestros corazones, el era mi papá y yo su hija. Y lo creí.

Algo que siempre recordaré es primera semana en Bellavita, lo odié. ¡No había mar!

¡¿Cómo buscaríamos a los zafiros de mar... SIN MAR?!

Recuerdo mirar a todos lados buscando una línea azul a lo lejos. Buscando la brisa marina. Y después de una semana decidí ir más allá, mamá estaba cansada, así que salí no más. Después de varias cuadras, y sin ningún rastro de mar, llegué al parque medio bosque que mencioné antes.

Supuse que si me trepaba en ellos vería las cosas de otro ángulo y tendría más probabilidades de encontrar el mar. Caminé por minutos en busca del árbol más fácil de escalar y una vez localizado el ideal, empecé a subir. Quería llegar a la cima, pero un poco más de a medio camino una ardilla me asustó y resbalé. Caí dos o tres ramas hasta que me pude guindar de una de ellas.

Empecé a gritar, cerraba mis ojos. Estaba desesperada. Y así apareció él. Como príncipe que salva a la damisela en apuros.

Oliver se convirtió en mi todo, se volvió en mi investigación de zafiros marinos. Era la única razón por la que Bellavita, no parecía tan mal después de todo.

Él simplemente parecía esconder el mar en sus ojos y me hacía no extrañar tanto el olor salado en las mañanas. Y aunque nunca dijo nada en las tardes que pasábamos juntos, siempre me dejaba ganar cuando jugábamos a las escondidas y sentía que era su manera tímida de decirme, también puedes encajar aquí.

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