~she wont let go~

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"Behind my truth lies everything you want"

—Ed Sheeran

Por alguna razón nunca me han gustado rosas. Libby las amaba, decía que las rosas significaban amor, fantasía y sueños, cada mañana salía a regar un pequeño rosal que tenía en el jardín delantero, eran las únicas flores que el jardinero no tocaba.

Recuerdo que cada domingo de los meses de lluvia, ella pondría una de sus rosas en un macetero y lo colocaría sobre el estudio de papá.

Me encantaría decir que ese rosal sigue vivo, me encantaría decir que mi hermanita aún decora la vacía habitación al final de pasillo. Me encantaría decir que lo último que vi de mi casa antes de marcharme fueron quince rosas rojas perfectamente cuidadas y arregladas en linea recta. Pero en su lugar, los tulipanes me dieron la despedida, y aunque amo los tulipanes, daría lo que fuera porque en su lugar vuelvan a existir las rosas de mi hermana y con ellas sus sueños.

Varios psicólogos me han dicho "Alya, tienes que entender que nadie va a venir. No hay tal príncipe encantado en su caballo blanco que irá corriendo a resolver tus problemas. La vida no funciona así"

Usualmente me limito a asentir y afirmar, así el tratamiento es más corto y me creen "curada". Siempre he pensado que es imposible que nadie venga, no es humano no ayudar.

Pero la cuestión es que ellos tienen razón. Nadie va a venir. Nadie va a resolver mis problemas por mi. Al menos no a esta edad y no ahora. El instinto de protección solo tiene efecto en los niños, porque ellos lo necesitan. Dependen de nosotros para tomar su decisiones hasta que son los suficientes conscientes para hacerlo por sí mismos.

Crecer.

Madurar.

Es vivir.

Necesitaba un propósito, un sueño, una razón. Necesitaba dejar de ser el personaje vacío que babea todo el día por el chico que no le da ni los buenos días. Y entonces pasó.

Mi mundo perfecto se corrompió y todo a mi alrededor empezó a paulatinamente a destruirse. Perdí a la mayoría de mis amigas, perdí un padre, perdí las ganas de abrir los ojos en la mañana. Todo fue pasando de manera tan dócil, cambios pequeños, a pasito de bebé mi castillo de princesa se desvanecía.

—Siento como si hubiésemos perdido el tiempo— le comenté a Julián, mientras con las uñas me raspaba el esmalte restante de la última vez que las pinté.

Ambos estábamos tendidos en mi cama tratando de buscar alguna otra manera de encontrar a mi padre. Cualquier idea por más pendeja que fuese en ese instante me hubiese sonado genial, estaba desesperada.

—Debiste ponerle ese rastreador en el culo cuando podías— bromeó.

Lo que no notó es que su bromo prendió mi pequeño cerebro.

—¡Julián, eres un maldito genio!— exclamé levantándome de un salto de la cama y literalmente lanzándome a la cómoda donde mi teléfono se estaba cargando.

—¿Lo soy?... Aguanta un segundo pequeño saltamontes, ¿de verdad le pusiste un rastreador en el culo a tu padre?

—¡Obvio no, idiota!— respondí sin despegar la atención de mi teléfono.

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