~she'll call again~

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"Se acabó, perdiste, no vayas a llorar por favor"

Alya:

Me gusta el cafelatte, y escribirle cartas. Me gustan muchos los libros y los días con lluvia. Me gusta el mar y sentir el sol en mi piel, detesto las ciudades grandes, son muy ruidosas... el tráfico, el humo simplemente intoxicando cada parte de ti.

Quizás pienso así porque crecí en una casa rodante, quizás pienso así, porque extraño la libertad. Y aunque me dolía tomar ese avión, lo hice. Lo hice por alguien aún más importante.

Sabía que Oliver no me iba a extrañar, se le notaba en la mirada. Pero igual le sonreí, lo llamé "novio" frente a una rubia con la que coqueteaba en la ceremonia de premiación.

Nunca entendí porque lo hacía. El llamarlo mi novio cada vez que intentaba ligar con alguien. Supongo que eran los celos... los celos de saber que siempre era todo el mundo menos yo. Pero esta vez fue diferente... tengo mi teoría de que está vez me pasé de la raya... al igual que él.

Discutimos, tuvimos ese tipo de discusión donde solo uno de los dos grita y el otro calla. Analizando lo que hizo mal. Tragándose las palabras porque sabe que estaba mal. Pero igual no se arrepiente.

Dijo cosas... que hoy, en este avión no le perdono. Tocó temas, que solo eran nuestros. Cosas que le había contado en los veranos que solíamos pasar juntos porque nuestras familias se habían hecho amigas.

Ese día, antes de subirme a ese avión, miré realmente a los ojos de Oliver. Él no era el mar, el era un abismo de agua turbia y desequilibrada, que yo, no tenía ganas de calmar.

Julián limpió mis lagrimas después de haberle prometido millones de veces a mi mamá de que cuidaría de mi.

Tuvimos que mentirle. Decirle que iba a Tenerife, era para que me encerrará y quemara los pasajes. Sabía que iría a meterme en problemas e investigar que pasó con mi padre. Le dijimos que iríamos a Madrid, a final de cuentas es la misma visa. Julián le hizo prometerle que no me dejaría tomar otro avión a ningún lado que no fuera nuestro destino... promesa que planeamos cumplir.

Julián por otra parte, no se le hizo muy complicado pedir permiso. Su madre es una empresaria y su padre es un abogado muy nombrado... según él ni siquiera notan su presencia, pero su ausencia. Pedir el permiso de salida no fue complicado, ya lo tenía echo.

Y así partimos para Tenerife.

—Detesto los aviones— le murmuré, cuando la azafata nos pidió que nos abrocháramos los cinturones— ¿Porqué no tomamos un barco? Son más seguros... ¿verdad?

Julián se lo pensó un rato, antes de responderme.

—Bueno en realidad estadísticamente un avión es más seguro que un barco, aunque no lo creas— y me sonrío dejando a la vista una hilera de frenillos metálicos sobre dientes blancos. Le sonreí igual. Recordé la foto que posteamos hace unos dos años en la que la leyenda decía "Hermanos Frenillos". Lástima que ya no podamos hacer eso, mi tratamiento había terminado dos días antes del viaje, ahora tenía esas plaquetas que se ponían en la noche. Infernalmente molestosas si me preguntas.

—¡Eso solo lo dices para tranquilizarme!— le grité llamando la atención de varios pasajeros alrededor nuestro.

—Puede— se encogió de hombros— ¿funciona?

—Ni un poquito— respondí sarcástica— ¡Ya está! Se acabó. Me bajo de este transportador metálico con destino final a mi muerte— y siguiendo la ley de dramatismo que me posee de vez en cuando, me desabroché el cinturón de manera ruidosa e intenté pararme, pero las largas manos de Julian me volvieron a sentar y sin mucho esfuerzo me colocó de nuevo el cinturón.

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