Capítulo IX

51 11 1
                                    

Tiffany

-Davide, he quedado con Mireia. Me voy. -me despedí de mi padre con la misma dureza que en las últimas horas. El ambiente en casa era tenso, y yo podía explotar en cualquier momento. Me acaricié el colgante que colgaba de mi cuello; lo hacía siempre, sobre todo cuando estaba nerviosa o me preocupaba algo.

No, no había quedado Mireia. Ni con nadie. Había quedado con mi mente, para escucharla un rato. Fui al puerto, a caminar contemplando el horizonte. Era pleno verano, y la playa estaba llena de turistas. Me encantaba mirarlos detalladamente, observar sus movimientos, contemplar la ropa que usaban, imaginarme que debían hacer en California... Desde pequeña era la niña más curiosa del mundo, y eso no cambió con el paso de los años.

De pequeños estamos acostumbrados a ser el centro de atención, a que todo acabe bien y que todo tenga solución. A medida que vas creciendo y llegas a tu adolescencia, comprendes que todo aquello no es más que un cuento, que si quieres destacar en algo debes esforzarte y no todo tiene remedio.

Mis vans gastadas del verano pasado acariciaban el suelo de madera con dureza, intentando desahogarme de algún modo, aunque fue inútil y solo creo las miradas desconcertadas de la gente que caminaba cerca de mí. Realmente, no me importaba en absoluto lo que pudieran llegar a pensar de mí.

Entendía a mi padre, pero a la vez no lo entendía. Nadie se merece que le dejen tirado, y menos en las circunstancias por las que estaba pasando mi madre, si es que la podía llamar así. Pero por otra parte, ella no debía recurrir a nosotros, ya que ella nos falló del mismo modo del que podríamos hacerlo con ella ahora.

Mi cabeza empezaba a dar vueltas y yo empezaba a marearme, no hacía ni dos horas que había salido de casa que ya quería volver. El Sol brillaba, y no sé por qué motivo, eso aún me daba más rabia. La gente sonreía, los niños llevaban helados, había amigas patinando, todo parecía perfecto. Parecía un cuadro pintado a la perfección, y yo parecía una mancha en medio de aquella obra de arte.

Caminaba mirando el suelo, no quería que nadie me reconociera y viera mi cara de frustración; no me apetecía fingir que estaba bien.

Papá era demasiado bueno, con todo el mundo. Al menos, esa era la faceta que siempre mostraba delante de mí. Él nunca hubiera fallado a nadie.

En ese momento, tropecé, con la persona que menos esperaba, que menos deseara y que más deseaba. ¿Deseaba verlo? Mis ojos tropezaron con sus ojos verdes... transmitían tantos sentimientos a la vez, que era incapaz de descifrar nada. No sabía lo que estaba sintiendo en aquél momento, parecía sentirlo todo a la vez, cómo si su corazón hubiera perdido el norte y el sur y no supiera como bombear la sangre. Solo sé que nos quedamos mirándonos. Quietos.

Recuerdos prohibidos {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora