Capítulo XVII

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Jake

Tiffany no me llamó. Quizás quería hacerse la dura. Tal vez había perdido mi número... O no quería llamarme. Creo que mi caso era la opción dos. Supongo que se le cayó el papel por la calle y como que ella no sabía que lo tenía, tampoco lo buscó. Tampoco es que me sorprendiera, si más no, solo éramos amigos, si es que se podía llamar así.

No supe nada de ella aquél día, ni el siguiente, ni esa semana. Nada. Ni un mensaje, ni una llamada... Sinceramente, estaba un poco decepcionado. Tenía ganas de verla.

Tenía suerte de vivir en Santa Bárbara, quedaba cerca de los Ángeles e iba normalmente a pasear, me encantaba. Era verano, y las calles estaban a reventar de turistas. Me gustaban los sitios con mucha gente. Para cualquier otra persona, realmente sería un agobio, pero me agrada estar rodeado de gente de la cual desconozco su existencia.

Mamá me entendía en eso. Realmente era una artista, le encantaba dibujar a la gente, sobre todo a desconocidos. Cogía perfiles de la gente que caminaba tranquilamente por la calle, y los dibujaba con vestidos carísimos, trajes de escándalo... Nos divertía. Con mi madre tenía una estrecha amistad que no compartía con nadie más.

Muchos amigos me preguntaban que se sentía al tener dos madres. No entendía por qué me preguntaban eso. Para mí, era lo más normal. No sé por qué les interesaba tanto saber cómo convivía con tres mujeres en casa. Al fin y al cabo, para mí no era tanto. Pero siempre sentí curiosidad en descubrir quien eran mis padres biológicos. A veces, lo había hablado con mamá, pero ella siempre me repetía los mismos versos; que ellas nunca vieron mis padres reales, que tan solo me habían adoptado en un orfanato cerca de Los Ángeles, y que ellas no quisieron saber nada de ellos. Pero obviamente, eso nunca me quitó la intriga.

Estaba sentado en un banco, cuando pasó un gato realmente increíble. Lo envolvía un suave pelaje negro, y al girarse de cara a mí me sorprendí. Tenía un ojo verde y uno azul. Me lo quedé mirando. Se sentó a mi lado y empecé a acariciarle el sedoso pelaje que le cubría el cuerpo. Saqué el teléfono, y le hice una fotografía.

Busqué alrededor a ver si alguien lo buscaba, pero no fue el caso. Tampoco llevaba collar, así que no lo podía dejar allí. Empecé a caminar hacia donde había aparcado mi coche, y él me seguía. Abrí la puerta del Corvette y se subió al asiento. Lo até con el cinturón. Hacía mucha gracia verlo.

Me senté en el asiento de piloto, y arranqué el motor. Salimos del aparcamiento tras la mirada de muchos turistas. Y en un rato, llegamos a mi piso. Nos quedamos sentados en el coche, no sabía si subirlo al piso, si dejarlo allí, si llevarlo a un veterinario... así que nos quedamos en el coche, cuando por el retrovisor vi la persona que me alegró el día.

Recuerdos prohibidos {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora