Capítulo 10 -La boda -A ojos de Jacob

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El gran día para Leah había llegado. Todo estaba listo en la casa de los Cullen, aunque Sam seguía sin querer que la boda fuera en aquel lugar, pero entre Billy, Sue y la propia Leah, lograron convencerlo de que era lo mejor.

El lugar era más amplio y a los Cullen no les incomodaba estar rodeado de lobos, a diferencia de ellos, que se sentían incómodos con la presencia de los "fríos", como nos acostumbramos a llamar a los vampiros nosotros los Quileutes.

Alice había cumplido su promesa y todo se había hecho entre el modernismo de Seattle y la cultura Quileute, teniendo como resultado el mejor decorado de bodas que había visto en mi vida.

—¡Vaya, vaya!... esta enana sí que se lució —comenté bajando las escaleras de la parte trasera de la casa, observando todo el decorado, justo cuando una piedra me dio de lleno en el pecho, desde la dirección donde Alice se encontraba, mirándome de mala gana.

—Más respeto, pulgoso —exigió ella a lo que respondí.

—Pues lo pulgoso a mí se me quita bañándome con un champú anti pulgas... ¿a ti cómo te quitamos lo enana? —Emmett soltó una estruendosa carcajada, chocando su mano en contra de la mía, mientras Edward trataba de acomodar el piano donde Alice le había dicho que estaría, sonriendo ante el chiste.

—Bueno, bueno... en vez de estar molestando ¿por qué no vas a ayudar a adornar el piano? —me exigió Alice, mientras yo negaba con la cabeza, alegando que no servía para eso, y que si quería, le ayudaba con lo de las mesas y a cargar sillas, enviándome con la agencia de festejos que había llegado para que recibiera todo el inmueble para la recepción.

—Pues ya yo termine aquí, Rosalie puede adornar el piano mientras tú y yo acomodamos las mesas, ¿te parece? —me preguntó Edward, a lo que yo asentí, comenzando a caminar hacia el frente de la casa, rodeándola por uno de los costados, ya que en la parte interna los mesoneros y cocineros estaban ocupando una gran parte de la cocina y el comedor, que eran las otras dos entradas de la casa.

Edward le dio la bienvenida a la agencia de festejos, mientras yo subía al camión, tomando diez sillas amontonadas unas sobre otras, comenzando a arrojárselas a Edward, el cual las atrapaba, introduciéndolas en la casa por la entrada de la sala, aquella que había sido completamente desalojada, mientras los empleados de la agencia colocaban las mesas.

Al terminar de descargar todo, Edward firmó la orden de entrega, agradeciendo nuevamente a los despachadores, mientras yo entraba en la casa, ordenando las sillas de cinco en cinco en cada mesa.

Edward entró, y en tan solo cinco minutos, terminó de hacer el restante del trabajo, usando su velocidad vampírica.

—Eso no se vale —espeté, a lo que él simplemente me abrazó por detrás, sonriendo mientras alegaba.

—Trato de simplificarte la vida, además... así podemos alegar que nos tardamos haciéndolo cuando en realidad... —Comenzó a empujarme hacia la tarima que Alice había mandado a colocar para el grupo de música en vivo, pegando mi espalda en contra de una de las paredes, la cual estaba adornada con una gran cortina, introduciéndome entre las telas, comenzando a besarme intensamente.

—¿Ed.?... ¿Edward? —Traté de llamar su atención, pero al parecer, cada día que pasaba él me deseaba más y no podía ocultarlo, y a decir verdad, yo también me moría por estar con él... pero sería a mi modo y eso sería irreversible.

Edward me apretó con fuerza en contra de la pared, percibiendo como de repente comenzó a soltarme, saliendo de aquel escondite, dejándome jadeando ante el deseo de estar con él, escuchándole hablar.

—¿Tú no te cansas de molestarnos? —Salí de entre la cortina, observando a Emmett, quien se encontraba, al parecer, tratando de sorprendernos. Traté de disimular mi excitación ante el juego erótico que Edward había comenzado, mientras Emmett sonreía, comentándole a su hermano.

Eclipse al AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora