Sexto verso.

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Después de la tormenta...

El sol se ocultó tras el horizonte extenso y crepuscular de Lieja: una ciudad al sur del Reino de Bélgica, cuyo hermoso contraste de colores naranja y violeta reflejaba la belleza de la región, Valonia.

Guillermo era, desde su llegada, un profundo admirador de esta tierra. Todas las mañanas salía a correr por los caminos pedregosos del bosque, bajo la sombra de los árboles, abasteciendo su espíritu de energía positiva; pero esta ocasión, solamente buscaba un consuelo, siquiera un arrullo, porque la pena del abandono se hacía cada vez más insostenible para su corazón y necesitaba un alivio.

Si bien, entendía que la vida era como un juego de azar, despedirse de este país, de todos modos, era otro fracaso, y eso lo entristecía.

El telón de la noche cayó y por debajo de la media luna, Lionel apareció: en su rostro se miraba un sentimiento de empatía y vislumbraba un amor auténtico. Traía un portavasos de cartón de Le Pot au Lait, una cafetería por la calle Sœurs-de-Hasque. Ahí servían el café favorito de Guillermo.

La tristeza se quedó en el aparente y lejano olvido.

—Bonsoir, mon amour —Acortó la distancia, y por primera vez, sin miedo a los prejuicios, lo besó.

—Guille, Guille —cantó el argentino victorioso—. No me hables así, que me prendés —Se oyó una risita ronca—. ¿Lo querés? Digo, tu café.

—Lionel —El lenguaje corporal del susodicho fue teatral cuando dijo: «¡Soy inocente, no hice nada!»—, y sí, lo quiero... el café.

Los dos rieron. Tontos y enamorados; pues el universo había compuesto esta sinfonía exclusivamente para ellos.

—Memo... ¿Estás bien? —Y de pronto, el suspiro de Guillermo, aquel suspiro del alma, silenció los murmullos de toda la provincia.

—No... En realidad no. Me siento mal... pero no por eso.

—¿Qué es eso?

—La próxima temporada, ya no seré jugador del Standard Liège, no renovarán mi contrato y regresaré a México —La mirada de Lionel era un sinfín de lamentaciones condensadas—. Tranquilo —alentó—, he descuidado la portería, soy un mal elemento para el equipo.

—Guillermo, no sos un mal elemento. No dudes de tus habilidades por un mal juego, de esos siempre hay, te he visto atajar la pelota de una forma excepcional. ¡Sos el mejor defensor de México y no tengo dudas!

—Eres un adulador, Lionel. Muchas gracias...

—Sabés que es verdad. Por eso tenés esa sonrisa de bobo.

—Yo no estoy sonriendo —Claro que sí y mucho, quiso responder Lionel—, bueno, tal vez un poco. Supongo que llevo mucho tiempo menospreciando mi progreso. Da igual.

—No, Memo. Es importante que valores tus logros, hasta los más pequeños. Sé agradecido y amable contigo mismo, pues eso importa. Vos importás —La voz de Lionel sonó tan sincera y decidida a la vez, tan fuera de lo común, razonable y confortable, que avivó la débil, estropeada y melancólica psique de Guillermo.

Entonces, el llanto emergió.

Tontos & Enamorados. 「 MeChoa 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora