Capítulo I

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UN PAR DE AÑOS DESPUÉS

Era increíble lo mucho que su vida había cambiado en los últimos años. Tenía una esposa. Una mujer maravillosa cuya belleza exterior era el reflejo de la bondad y grandeza que aguardaba en su corazón. Cristina no solo le había entregado su vida entera, su amor, sino que también le había regalado lo más preciado que una mujer pudiese darle a un hombre, la dicha de ser padre. Dos hermosos hijos, los cuales juntos veían crecer día a día, y los cuales adoraban y amaban por sobre todas las cosas. A Dionisio le fascinaba su nueva vida. Todo al fin caía en su lugar, aunque en ocasiones, no podía negar que le seguía costando trabajo alejarse de su familia para atender ciertos asuntos laborales. Normalmente Cristina y los niños viajaban con él, pero en ocasiones y debido a que el pequeño Lobito se encontraba en su primer año de escuela, no podían acompañarlo. Lo único que quedaba por hacer, era solucionar lo que lo llevaba a la ciudad lo más pronto posible, y así poder regresar a la comodidad de su hogar junto a Cristina y sus dos hijos.

-En cuanto tenga noticias le llamaré inmediatamente.

Dionisio asintió, estrechando la mano de aquel hombre que se haría cargo de obtener los permisos necesarios para poder dar inicio a la construcción de su nuevo proyecto. Esperaba no demorara mucho. No era la primera vez que trataba con él, y para su suerte siempre había resultado ser eficiente, eso lo tranquilizo. Ambos hombres se despidieron, con la certeza de seguir en contacto y Dionisio salió del edificio, poniendo pie en las transitadas calles de la enorme ciudad, el Distrito Federal. Era medio día, hora del almuerzo, seguramente el trafico estaría igual de pésimo. Llevaba solo horas de regreso en la capital y aun así comenzaba a extrañar la tranquilidad y serenidad que le brindaban las calles de El Soto.

-Bienvenido.- dijo Andrés, impecablemente vestido como siempre mientras sostenía la puerta abierta del auto de su jefe.

-Gracias, Andrés.- respondió, saludando a su ahora casi cuñado, marido de Teresa, con una sonrisa y leve inclinación de cabeza.

-¿Hace mucho que llegaste?

-Solo un par de horas.- contesto Dionisio.- Me urge arreglar lo de los permisos por eso no te espere en el aeropuerto.- agrego, viendo asentir a Andrés amablemente.

-¿A dónde ahora?

-A la oficina, Andrés.- respondió.- Tengo unos asuntos pendientes por atender.- agrego antes de entrar y tomar asiento en el interior del lujoso auto, deshaciéndose de su chaqueta y echando la cabeza hacia atrás, relajándose por unos breves instantes, antes de acudir a lo que le esperaba que al parecer, no era nada bueno.

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El sol brillaba en todo su esplendor sobre la afamada Benavente. Sus terrenos repletos de campesinos, dedicados a la cosecha de algodón era escena diaria para todos en la hacienda. A Cristina le encantaba pasar el mayor tiempo posible acompañando a su hija Acacia. Estaba sumamente orgullosa de ella pues se había convertido en toda una mujer hecha y derecha, patrona de la hacienda más productiva de toda la región. La veía feliz, radiante, era evidente que Ulises sin duda seguía conquistándola como el primer día. Cristina sonrió ante sus pensamientos y no evito comparar el matrimonio de su hija al suyo propio. Se sentía la mujer más dichosa sobre la tierra por haber encontrado a un hombre como Dionisio. Cuanto lo extrañaba.

-Chucho, asegúrate que la gente esté bebiendo mucha agua.- pidió Acacia a su fiel capataz.- El calor a estas horas aumenta y se vuelve casi insoportable. No queremos ningún accidente.

-Como usted mande, Patrona.- respondió el hombre, retirándose a cumplir con las órdenes de su jefa.

Cristina sonrió en admiración, desde la silla en la cual se encontraba afuera de la hacienda. Le alegraba saber que su hija cuidaba bien de la gente que trabajaba para ella pues eso mostraba el gran respeto y compasión que la joven sentía hacia los trabajadores.

La Mujer Que Yo Robé: Nuestra Vida en UniónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora