Capítulo VII

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Hola... ¿Podemos vernos?

Su tiempo en México estaba por concluir. Ya había pospuesto su regreso a Italia más de lo previsto. ¿Motivo? Ni él mismo lo sabía con certeza aunque intentaba convencerse que no era por aquella mujer de la que había estado enamorado hace tantos años.

Dime en donde... ¿Estás segura? Está bien... Te veo aquí en un par de horas... Adiós...

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-Me dijo tú secretaria que querías verme.

La curiosidad pudo más y Dionisio había sucumbido a la petición de Thompson. Refugiado en el último piso de aquel elegante hotel, el hombre reposaba, sentado en una silla afuera en la terraza. A simple vista se veía bien. Tal vez un poco pálido y más delgado de lo acostumbrado pero bien, y en pleno uso de sus facultades que era lo más importante. El hombre sonrió al escuchar la voz de Dionisio, pero no se giro a verlo. Sabía que estaba a su lado, pero aun así siguió contemplando el paisaje, repleto de altos edificios de la ciudad de México.

-¿Desde hace cuanto te conozco, muchacho?- pregunto al fin Thompson, sabiendo que esa pregunta le extrañaría a Dionisio.

-Desde hace mucho tiempo, precisamente desde que era un muchacho.- respondió Dionisio, tomando asiento en una de las sillas presente y encontrando gracioso que Thompson lo siguiera llamando de aquella manera.

-Para mí aun lo eres, y siempre lo serás.

Dionisio sonrió con melancolía. Aquel hombre le había brindado su ayuda, había creído en él cuando nadie más había estado dispuesto a hacerlo. Abrirse camino en el mundo de los negocios no había sido fácil para Dionisio, mucho menos habiendo empezado desde abajo pero Thompson siempre le había apoyado. No solo había sido su jefe, sino que se había convertido en su mentor por varios años también. Su aprendiz. Tan tenaz como él lo había sido de joven. Para Thompson había sido un orgullo ver crecer a Dionisio profesionalmente ya que a falta de hijos propios, aquel muchacho había suplido ese vacío irremediablemente.  

-¿Es verdad que estás enfermo?- pregunto Dionisio al fin, tuteando a Thompson cómo solo procuraba hacer cuando estaban solos.

-Lo es.- respondió el hombre, sonriendo a modo de confortar a Dionisio ante su preocupación.- Hey... Quita esa cara.- le regaño.- Hay quienes creen que hasta una enfermedad es una bendición del cielo.

-¿Tú lo crees?

-Comienzo a hacerlo.

-¿Pero qué es lo que tienes?- pregunto Dionisio, no menos preocupado que antes.

-Dionisio...- dijo Thompson, tomando una leve pausa como acumulando valor para decir lo que debía.- Tengo un tumor cerebral.- confeso, viendo el asombro en la expresión de Dionisio.- Y a lo que dicen mis doctores... Ya no hay mucho que se pueda hacer.- informo, reclinándose nuevamente en su silla y perdiéndose en sus pensamientos, en sus recuerdos, y en todo lo vivido durante más de seis décadas. 

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-Si te soy sincero no esperaba que aceptaras mi invitación a comer.

Cristina sonrió, bebiendo un poco del vino que Héctor había pedido para ambos. Se encontraban en el restaurante del hotel en el cual él se hospedaba. Cristina así lo había decidido, y aunque considero por un instante rechazar el ofrecimiento de Héctor, este había asegurado ser breve con lo que tenía que decirle, convenciéndola así de acudir a su encuentro.

-Lo que menos deseo es traerte problemas con tu marido.- murmuro él con desenfado, cosa que no paso por alto Cristina.

-No voy a negarte que no le simpatizas mucho.

La Mujer Que Yo Robé: Nuestra Vida en UniónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora