Capítulo IX

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Si la ceremonia había sido de ensueño, la celebración en la casa del Juez Montiel lo había sido mucho más. Comida, bebidas, y baile con música en vivo garantizaban mucha diversión para los recién casados y por supuesto para sus invitados también. No negaba estar pasándola bien, pero Cristina se encontraba agobiada, intranquila por lo que creía haber visto a las afueras del templo. Se acerco a Dionisio cuando Elena y Alberto se disculparon un momento, entrando juntos al despacho. Dionisio observaba a los niños corretear por el jardín entre los invitados, divirtiéndose al igual que los adultos de la gran fiesta.

-¿Tienes frio?- pregunto él, envolviéndola con un brazo y acercándola a su costado.

-No.- respondió Cristina.

-¿Pasa algo?- pregunto Dionisio con preocupación al notar la inquietud en ella.   

-No. Nada.- intento convencerle, sonriendo levemente para tranquilizarlo.

-Mientes.- acuso Dionisio, sonriendo también e inclinándose hacia abajo para besarla en los labios.- ¿Qué pasa, mi amor? ¿No lo estas pasando bien?

-No es eso. Es que...

-¿Qué?- insistió, mirándola de frente, tomando asiento con ella al borde de la fuente en medio del jardín, ambos alejados de los demás.

-En la iglesia... No estoy muy segura, pero creo que mire a Juan de la Cruz.- confeso Cristina, la angustia que sentía evidente en su mirada.

-¿A Juan?- pregunto Dionisio, igual de sorprendido que ella lo había estado horas atrás.

-Sí.- asintió ella.- Y no sé si deba decírselo a Elena justo ahora que comienza a rehacer su vida con Alberto.

-Bueno sea como sea creo que, por el hijo que espera de Juan, ella tiene derecho a saber que ha vuelto.- comento Dionisio.

-Sí lo sé, pero... ¿Y si no era él?- dudo Cristina.

Dionisio le propuso callar. Por lo menos hasta asegurarse si aquel hombre que había visto era realmente Juan de la Cruz. No tenía sentido agobiar a Elena sin antes comprobarlo y no lo harían.

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John Richards...

El hombre, quien se disponía a subir a su auto, giro al escuchar su nombre ser mencionado. Era de noche, se había entretenido más de lo normal atendiendo unos asuntos en su oficina en el centro de Miami. No solo era notario, sino abogado también y de los mejores que había en la ciudad.

-Can I help you?- pregunto Richards, al no reconocer a aquel hombre quien lo abordaba.

-Yes. Subamos a tú oficina.- propuso, con una mano sospechosamente escondida dentro de su saco.

-¿Abraham?- pregunto Richards, al escucharlo hablar.- ¿Qué buscas?- agrego, dándose una idea del motivo de la visita de aquel hombre.

-Te lo digo en tú oficina.- insistió Abraham, un poco impaciente.

-Ya es tarde, Abraham. ¿Por qué no vienes a verme mañana?

-¡Dije que ahora maldita sea!- exclamo, sacando un arma y apuntándola a Richards, aprovechando que la calle estaba oscura y vacía.- Entra...- ordeno en tono fuerte, siguiendo a su víctima cerca detrás, escondiendo el arma al entrar al edificio para no ser visto por los guardias de seguridad.

Aunque John era corpulento, solo un par de años mayor que Dionisio, no ofreció resistencia. Conocía a Abraham a través de lo que su amigo Joseph Thompson le contaba y sabía que era de temperamento alto. Era mejor acceder a lo que quisiera y no tener que lamentarse después.

La Mujer Que Yo Robé: Nuestra Vida en UniónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora