Llevaba horas, encerrado en ese diminuto cuarto de castigo, completamente oscuro y frio. Sus ojitos, irritados por tanto llorar, y su trasero aun dolido por los golpes recibidos horas atrás. El pequeño de ojos verdes y cabello, tan oscuro como la noche, se consolaba a sí mismo arrinconado contra la pared de ese aterrador encierro. Abrazaba sus piernitas contra su pecho y con su frentecita reposando sobre sus rodillas, dejaba las lágrimas caer. No llegaba ni a los seis añitos sin embargo ya sabía lo que era odiar. Odiaba que la madre superiora lo golpeara y encerrara por defenderse de los demás niños. Odiaba ese lugar. Odiaba no tener un hogar en el cual crecer, rodeado de alegría y felicidad. Odiaba no tener un padre con el cual jugar hasta el cansancio o una madre que lo amara y lo mimara. Una madre que simplemente lo amara. Su llanto no ceso durante toda la noche. Comprendía que estaba solo. Completamente solo en el mundo. Así crecería, y así moriría. Solo.
-Dioni...- llamo una voz en un susurro desde el otro lado de la puerta.
El pequeño Dionisio levanto su rostro, limpiando las lágrimas de sus ojitos con ambas manos antes de ponerse de pie. Se acerco sigilosamente a la puerta entre la oscuridad, desconfiado, no sabiendo quien lo llamaba y para qué.
-Dioni...- volvió a llamar aquel niño.- ¿Estás ahí?
-¿Qué quieres, Pepe?- pregunto él molesto una vez había reconocido la voz de aquel chiquillo que siempre lo metía en problemas.
-Ayudarte.
-Eres mentiroso.- respondió.- Por tú culpa estoy aquí otra vez. No debí robarme la limosna que tú dijiste.
Las lágrimas inundaron los hermosos ojos verdes del pequeño Dionisio nuevamente. Intento callar sus sollozos, no quería que José lo escuchara llorar. Los hombres no lloran, se repetía una y mil veces en su mente, limpiando con coraje su rostro mojado.
-¿Te pegaron fuerte?- pregunto el otro niño desde el otro lado de la puerta, fingiendo preocupación y con una sonrisa repleta de malicia marcada en su infantil rostro.
¡Pepe! ¡¿Qué haces ahí?!
La voz de la madre superiora no solo espanto al maldoso chiquillo, quien salió corriendo sin mirar atrás, sino al pequeño Dionisio también. Se alejo de la puerta al escuchar a la madre comenzar a deshacer los candados. Asustado. Siempre temeroso al trato de aquella mala mujer. Su corazoncito latía con fuerza, y Dioni se tambaleo mientras retrocedía, cayendo al piso en su trasero y manos al tiempo que la puerta se abría y la clara luz del día invadía la oscuridad.
Dionisio despertó sobresaltado. Estaba bañado en sudor y su respiración un poco agitada, pensando en la pesadilla que acababa de tener. Mirar a su alrededor y recordar en donde se encontraba para nada lo tranquilizo. Una celda. Y todo aquello por culpa de Campusano. Otra vez. Llevaba menos de una hora en aquel encierro solitario. Aun vestía su ropa, la camisa desabotonada, y el saco ya hacia tendido sobre la pequeña cama. Frustrado y desesperado por no lograr evitar que las cosas llegaran a tanto.
-Maldita sea...- dijo entre dientes, aferrando los barrotes que lo privaban de su libertad con sus fuertes manos, cerrando los ojos y reposando su frente sobre el frio metal ante él, pensando.
-Mi amor...- la voz llena de angustia de Cristina lo saco de sus pensamientos, y la observo acercarse, siendo escoltada por un guardia.
-¿Qué haces aquí?- pregunto él inmediatamente, tomando las manos de su mujer entre las suyas a través de los barrotes.- No debiste venir, mi vida. Este lugar no es para ti.
-Tampoco lo es para ti.- respondió ella, derramando un sinfín de lagrimas por verlo encerrado.
-No llores, Cristina.- le pidió Dionisio, limpiando con el dorso de su mano el rostro de ella, con ternura, con amor.- Me parte el alma verte llorar así.
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La Mujer Que Yo Robé: Nuestra Vida en Unión
RomansaDionisio y Cristina Ferrer regresan en esta segunda etapa de "La Mujer Que Yo Robé". Enfrentando nuevos retos al reencontrarse con personajes de su pasado, tanto Dionisio como Cristina se verán luchando por mantenerse unidos pese a los conflictos qu...