Capítulo VIII

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El avión aterrizo entrada la tarde en un conocido aeropuerto de la capital. El viaje había sido largo y, comprensiblemente, agotador para sus tripulantes quienes ahora se encontraban colectando sus maletas para partir rumbo al hotel que les esperaba.

¡Cristina!

Entre la multitud que se dirigía a la salida del aeropuerto, la alcanzo a ver a distancia. Su rostro se ilumino al instante y contuvo las ganas de correr hacia ella. Era incorrecto, lo sabía, pero una semana había transcurrido desde la última vez que la miro y tenerla de nuevo tan cerca le impedía cumplir con lo acordado de no buscar algo más que amistad de parte de ella.

-Héctor.- saludo sonriente Cristina, al fin llegando hasta donde él se encontraba, y para sorpresa de su amigo parecía llevar acompañantes tras ella.

-¿Todo bien con el viaje?- pregunto, sonriendo con un poco de confusión, intentando ignorar a los dos pequeños que se acercaban tras ella, una joven pareja con una beba en brazos, y dos ancianos a paso un poco más lento.

-Todo perfecto.- respondió Cristina, contenta de estar a días de cumplir un anhelado sueño.- Mi familia me ha acompañado.- informo, girándose e invitando a sus hijos y a sus padres a acercarse, ignorando así cómo la sonrisa se desvanecía del rostro de Héctor ante sus palabras.

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A varias millas de distancia y muchas horas de diferencia, Dionisio en compañía de Estévez, ingresaba a la mansión de Thompson. El jardín era enorme, verde, con árboles y palmas que solo el clima de Miami les favorecía. El mayordomo, impecablemente vestido, los recibió a la entrada del lujoso hogar, indicándoles en cual habitación el señor de la casa y su notario les esperaba. Sí, Dionisio había aceptado hacerse cargo de la herencia después de haberlo platicado con su esposa. Thompson era más que un amigo, casi como padre para él, y lo que menos podía hacer en agradecimiento por todo su apoyo era cumplir su última voluntad.

-Hola, Joe.- saludo Dionisio, forzando una sonrisa al entrar a la habitación y encontrándolo tendido en su cama pues su salud había deteriorado bastante en el transcurso de una semana.

-Dionisio...- murmuro el hombre, su respiración pesada, como si el mínimo esfuerzo lo agotara, pero aun así se permitió esbozar una sonrisa, contento de ver a su sucesor a su lado.

-Él es Estévez. Un buen amigo.- informo Dionisio.

-Señor.- saludo Estévez con una inclinación de cabeza, recibiendo el mismo gesto en respuesta por parte de Thompson.

Dionisio no quiso preguntarle cómo se sentía, le parecía algo cínico de hacer pensando en lo que era casi un hecho ocurriría. Se limito a observar a Thompson mientras dormitaba. Verlo en ese estado, le afectaba más de lo que él mismo pensó lo haría. No quedaba nada de aquel hombre fuerte que él había conocido casi toda su vida. Eso le dolió, y hasta le asusto pensar en que muy pronto lo perdería.

-Los documentos están listos, solo hacen falta las firmas y todo quedara en orden.- indico John, sacando a Dionisio de sus pensamientos al entrar a la habitación, llevando con sí una carpeta que coloco sobre una mesa de centro que se encontraba dentro de la espaciosa recamara.

-Joe...- llamo Dionisio en un susurro hasta verlo abrir los ojos con dificultad.- Necesito que me digas otra vez, que esto es lo que quieres. Por favor...- agrego, refiriéndose al asunto de su herencia.

-Lo es... Confió en ti... Y en tú buen juicio...

Dionisio asintió, complacido pues Joe no tenía dudas del futuro de su herencia y eso le daba a él cierta seguridad de que hacia lo correcto. Firmo el documento después de leer su contenido cuidadosamente, convirtiéndose así en el único heredero de la gran fortuna de Joseph Thompson.

La Mujer Que Yo Robé: Nuestra Vida en UniónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora