Capítulo III

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No la había llamado. Ni si quiera había respondido a sus mensajes. Es por eso que Cristina se preocupo y decidió ir a buscarlo a su oficina muy entrada la tarde. Pocas veces había estado ahí. Principalmente porque desde que había unido su vida a la de Dionisio él tampoco ponía pie en aquel elegante edificio, siempre atendiendo sus negocios desde casa y viajando solo cuando era realmente requerido.

-Cristina...

Ella se detuvo al escuchar su nombre antes de entrar al ascensor. La voz masculina que la llamaba, resultándole conocida aun sin girar para ver de quien se trataba. Campusano. Acercándose a ella, esbozando aquella sonrisa capaz de hacer desconfiar a cualquiera.

-Que gusto verte por aquí.- comento el hombre, estrechando la mano de Cristina delicadamente.- Hace bastante tiempo que no nos visitabas.

-Como te va, Campusano.- respondió ella educadamente, retirando su mano tras el breve saludo.

-Pues no me puedo quejar. Aunque con una serie de problemas, claro. Supongo que Dionisio ya te conto...

-Supones bien.- dijo Cristina, sonriendo para restarle hostilidad al intercambio de palabras con aquel hombre.- Ahora si me disculpas...

Campusano asintió, observando a Cristina girar y entrar al ascensor, permitiéndose por ese breve instante, mirarla de pies a cabeza, con deseo, con lujuria, con el conocimiento de que era mujer prohibida y deseándola aun más sabiendo quien era su dueño.

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Recibir a su novio en el aeropuerto era lo que Alejandra más había estado anhelando durante las últimas semanas. Dionisio lo sabía bien, es por eso que había optado por encargarle el proyecto de la casa hogar a Campusano y no a su hija, aunque no fuera una decisión que le convenciera mucho. El reencuentro entre ambos fue común para una joven pareja de enamorados. Un cálido abrazo, haciéndose saber lo mucho que se habían extrañado y un tierno beso, aplacando un poco la necesidad de aquel contacto físico que sus cuerpos demandaban.

-La exposición fue todo un éxito.- contaba Germán a su amada, ya ambos dentro del coche y en la carretera rumbo a su casa.- No hubo noche en que las entradas no se agotaran. El gerente del museo quedo muy complacido.

-Me alegra mucho, mi amor.- dijo Alejandra, esbozando una radiante sonrisa a Germán, observándolo conducir con precaución desde el lugar del copiloto.- Aunque me alegra aun más tenerte de regreso en casa.

-Te eche mucho de menos, ¿sabes?- dijo Germán, alejando una mano del volante y posándola sobre la de Alejandra.- No hubo ni día ni noche que no pensara en ti.

Alejandra agacho la mirada, sonrojándose un poco. Germán de cierta manera había sido su salvación. La amaba profundamente y a diario se lo demostraba, con palabras, con actos. El amor de ese muchacho había borrado sus heridas, y por eso y muchas cosas más, le estaría siempre agradecida.

-Te amo...- murmuro ella, recibiendo una sonrisa, y tras detenerse en un alto, un tierno beso de respuesta.

-Lo sé. Pero yo te amo más.

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El piso ya estaba vacío. Cristina entro directo a la oficina de Dionisio al no encontrar a Angélica tras su escritorio. Él estaba sentado en el sofá con la cabeza echada hacia atrás y con los ojos cerrados, cosa que preocupo un poco a Cristina. Se acerco lentamente, intentando no hacer ruido y sentarse a su lado. La tensión en su cuerpo era evidente por la forma en que apretaba la mandíbula. Su expresión se suavizo cuando ella se acerco, besándolo tiernamente en la boca.

La Mujer Que Yo Robé: Nuestra Vida en UniónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora