CAPITULO 4 - UNA DULCE MELODÍA

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Una melodía muy familiar empezó a sonar en la sala del viejo piano, ellos se apresuraron a bajar a comprobarlo, sin embargo, yo, lejos de intentar detenerles, me quede unos segundos inmersa en esa triste canción de piano que, durante los últimos meses de mi vida, había oído cada anochecer a través de las paredes de mi habitación. Solía escucharla con los ojos cerrados, imaginándome en una casa en la ciudad, con una familia.

Sin darme cuenta, atraída por esas notas, había ido hasta la sala, y al retomar la conciencia, ahí estaba Eva, frente al piano, mirándome con pesar.

- "Lo siento Mamá, él solo quiere jugar" - Dijo.

Por un momento sentí como si volviese a estar viva y esas palabras fuesen cuchillos que se clavaban en mi estómago, Eva era mi hija, su hija, y no entendía como podía sentir afecto hacía ese monstruo.

Ya sabía que lo que el amo quería era divertirse y alimentarse de su miedo, y no me gustaba nada la idea, esos chicos corrían mucho peligro si no se marchaban pronto del lugar, pero él estaba intentando atraerles cada vez más, y aunque sabía que echarles de la casa no me ayudaría a romper mis cadenas, sentía un fuerte vínculo con Pablo, y tenía la necesidad de avisarle.

Me fui hacía el salón, donde estaban todos en grupo discutiendo asustados, y por suerte, en ese momento estaban solos. Tenía que aprovechar la situación y actuar rápido, aunque no sabía cómo hacerles entender mi mensaje, quería que se marcharan pero a la vez necesitaba su ayuda.

Entonces me acordé de los talismanes que guardaba el amo en su estantería, se trata de símbolos de la cultura celta que se habían utilizado como protectores para infundir valor a los guerreros de la época y enseñarles el camino a seguir. Entre ellos había una cruz solar, ese en concreto representa el paso del tiempo y la eternidad. Me pareció una acertada metáfora, así que sin dudarlo llamé su atención tirándolo fuertemente contra el suelo, con la intención de que se asustaran, se marcharan, y entendiesen mi mensaje después.

- "Que se ha caído?" - Gritó Pablo

- "Se ha caído un cuadro tío..."

- "Que se ha caído?"

- "No grites, no grites."

Me sentía mal por asustarle, pero si no lo hacía yo, iba a pasarlo mucho peor. Aún así, tardaron demasiado en decidir qué hacer y noté como esa negatividad que él desprendía se acercaba de nuevo...

Caminó lentamente hacía Pablo, susurró su nombre y me miró con una sonrisa burlona... Aunque Pablo no le había oído, yo sabía que lo había hecho por algún motivo, y seguro que no se trataba de nada bueno.

Al fin decidieron que no era una buena idea seguir explorando la casa y volvieron al tejado, quise seguirles pero el amo y yo tuvimos la misma idea, por lo que tuve que quedarme atrás mientras rezaba para que se marchasen, ya que estar en la misma habitación que él era el mismísimo infierno.

Pasaron los minutos, pero aún seguían ahí en el tejado, con él. No soportaba la idea de no saber lo que estaba pasando, así que me acerqué todo lo que pude y rápidamente intente comunicarme con el chico que estaba más cerca.

- "No" - Le dije.

Un mensaje breve, pero él me entendió a la perfección.

Finalmente conseguí que se marcharan de la casa, pero había algo que me mantenía intranquila, y era que el amo no había vuelto a aparecer por la casa...

Se había ido con ellos.


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El secreto de la residencia - WildHaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora