PRÓLOGO

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Me desperté con el sonido con el sonido de una sonata de Mozart que a mi padre le dio por interpretar a piano. La canción habría sido bonita si no fuera mi padre el que la tocara. Todo el trabajo del genio musical fue degradado por mi padre hasta que parecía que un gallo estuviera gritando. La canción iba a compases lentos, luego en el estribillo aceleraba y cada cierto tiempo alguna nota estridente se oía de vez en cuando.

Mire el despertador y vi que era un cuarto de hora antes de las ocho. Me dieron ganas de levantarme de un salto y con una gran sonrisa ir al salón, coger el teclado y tirarlo por la ventana. Me tranquilizo y miro las estrellas fluorescentes que hay pegadas en el techo de mi habitación. Hoy es el primer día del mi último año de primaria. Todo muy redundante para mi gusto.

Sonreí, cogí un libro y me hice una promesa. Intento levantarme siempre con una promesa, odiaría pasar los días sin tener una meta para perseguir, seguro que seria muy aburrido. Hoy me prometí que viviría mínimo una aventura en este año escolar, mi último año. Tenía que ser algo increíble, así nunca lo olvidaría cuando me fuera.

Síndrome de Peeter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora