Capitulo 10: Cuarto compartido

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Capítulo 10: Cuarto compartido

—Pásame el azúcar.

—Lo tienes a diez centímetros de tu brazo, tómala tú.

—¡Que me des el azúcar, Piero!

—¡No!

—¡Listo, no me caso, pido el divorcio absoluto, contrataré a alguien para que llegue a mitad de la boda y diga "yo me opongo"! —le grité a Piero en el desayuno.

Las cosas no iban bien, tal vez Piero estuviera considerando el matrimonio ahora que éramos novios oficiales. Había pasado una semana desde su cumpleaños y nuestro compromiso, pero más allá de parecer la pareja feliz que fuimos en el parque de diversiones con los chicos, volvimos a ser los mismos de antes. Y de alguna manera eso me gustaba.

—Toma —me extendió el frasco de azúcar con la cabeza gacha y la voz cansada, esto de las peleas lo estaba estresando, aunque para mí eran un respiro de tantos besos y cariños que me daba en la escuela.

Si creía que la peor parte había pasado cuando les contamos a nuestros amigos que nos casaríamos, es porque había olvidado que aún iba a clases. Todas las chicas comenzaron a dedicarme miradas aterradoras, los chicos nos molestaban con la luna de miel y Lucas... él era el primero en iniciar las burlas.

—_____, ¿me puedes acercar la miel? —me pidió Lucie. La miel estaba más lejos que el azúcar, así que me levanté y la tomé para entregársela.

—¡¿Te paras por la miel y no por el azúcar?! —exclamó Piero, su cuello iba acalorándose por la frustración y no paró de bufar hasta que terminamos de desayunar.

Mi padre que ya se había ido al trabajo, mamá desayunaba en la cama cuando se despertaba –al mediodía-, Emily no se encontraba en casa porque ahora vivía en la universidad y Carol comía en la cocina. Nuestros desayunos sin la supervisión de un adulto eran un caos total.

—Iré a lavarme los dientes, espérenme —nos avisó Lucie mientras corría escaleras arriba.

Nos quedamos solos en la entrada, listos para irnos a la escuela. Miré de soslayo a Piero, nunca logró usar el uniforme como se debía: la chaqueta arrugada, la camisa afuera, los pantalones por debajo de lo normal y la corbata suelta alrededor de su cuello.

Me acerqué a él y comencé a anudar su corbata, al menos se vería un poco más presentable. A veces me preguntaba que había pasado con el chico que todos adoraban de pequeño.

—Tienes que pasarla por abajo, la pones por aquí y ya está —mientras le arreglaba la corbata le daba indicaciones para que aprendiera. Él me dedicó una sonrisa y besó mi mejilla.

—Tendrás que darme clases particulares si quieres que aprenda a cómo anudar esta cosa —me dijo, sosteniendo entre las manos el extremo largo de la corbata.

—No es necesario, puedo hacer esto todas las mañanas —le dije, restándole importancia con la mano. Sin embargo, para Piero, mis insignificantes gestos de amabilidad tenían mucha relevancia.

Entrelazó nuestras manos y tiró de mí para quedar más cerca de él.

—¿Te había dicho que te amo? —susurró en mi oído. Me estremecí, durante la última semana el papel de esposa me estaba afectando demasiado, cuando quería aparentar que no me importaba nuestro matrimonio, él hacía algo extremadamente dulce que hacía que mi corazón se agitara y que mi pulso se disparara.

—Creo que unas mil veces —le respondí tratando de alejarme.

—¿Tan pocas? —Piero y su romanticismo, me enfermaba para bien y para mal—. Entonces tendré que decírtelo unas mil veces más por el resto del día.

Marry MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora