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Capítulo 27: Galletas con chispas de chocolate eterno

12 años Después

Piero estaba a mi lado, sentados en las sillas de la sala de espera. Lily se paseaba de un lado a otro, muy nerviosa, mucho más que Phill, su padre, quien estaba al borde del colapso en ese preciso momento mientras Laura estaba en trabajo de parto de su segundo hijo.

—¿Y si tiene problemas? ¿Y si el bebé no puede salir? —reprimí mi risa para no ponerlo más nervioso, pero le dije con tono tranquilizador:

—Phill, estuviste tal cual cuando nació Lily, si Laura lo pudo hacer una vez, lo hará dos veces —revolvió su cabello, con la incertidumbre en el rostro. A veces me preguntaba de qué forma hubiese reaccionado Piero de yo poder tener hijos. Me imaginaba que estaría peor que Phill, respirando junto conmigo y gritando de las contracciones, cuando la del dolor sería yo.

Lily finalmente se sentó en la silla frente a mí, se veía ansiosa y emocionada, pero había algo más, una cosa que la molestaba y que no pasaba desapercibida ante mis ojos.

De pronto, irrumpió en la habitación Andy, venía solo, sin su familia.

—¿Ya ha nacido? —pregunto.

Todos negamos con la cabeza y él suspiró aliviado. Al parecer, había hecho una carrera desde el estacionamiento al hospital. O tal vez desde su casa, lucía demasiado agotado.

—¿Hace cuánto que entró? —preguntó otra vez.

—Cuatro horas —contestó Piero. Su cabello ya comenzaba a tener canas, y aun segia usando sus lentes rojos definitivamente nunca perderá esa costumbre. Lo que no habían cambiado eran sus ojos y ese brillo que tenía en su mirada cuando estaba muy feliz, como ahora.

Andy se sentó a mi otro lado y apoyó su cabeza en mi hombro, para ser un adulto, seguía creyéndose un niño pequeño, y eso en parte era mi culpa, lo había consentido demasiado cuando se unió a la familia que algunas costumbres nunca se iban.

Y me alegraba que no lo hicieran, porque mi favorita era la que Piero estaba haciendo en esos momentos, acariciaba mi mano y mis dedos con la suya. Ya no lo hacía para disculparse, con el tiempo el significado de ese gesto había cambiado, ahora lo hacia cuando estaba a gusto con la situación.

—Familia de Laura Moon —llamó de repente una enfermera. Piero hizo una mueca que pasó desapercibida para los demás, menos para mí, conocía muy bien ese gesto. Aún le molestaba el hecho de que Laura no llevara su apellido, no soportaba la idea de que ahora compartiera su amor con otro hombre. Seguía siendo un celoso sin remedio.

Todos nos pusimos de pie y Phill empalideció de inmediato, esperando malas noticias. Nos acercamos a la enfermera y ella nos sonrió a todos, nos calmamos y sonreímos también, menos Phill, que seguía encerrado en el mundo de las tragedias.

Laura era una chica muy optimista, divertida y hacia locuras cada cinco minutos sin medir riesgos. Phill era todo lo contrario, y a veces Pieo se preguntaba que cómo es que su pequeña se casó con alguien como él. Le hacia callar enseguida, porque nosotros éramos prácticamente iguales, con otras características, pero tan opuesto como Laura y Phill.

Suponía que por eso también se ponía celoso Piero.

—Es una niña y muy saludable, pueden pasar a verlas en diez minutos, pero entren de a pocos —nos informó la enfermera. Entró otra vez a la sala de parto y todos nos quedamos más aliviados.

Los primeros en pasar a ver a Laura y a mi nueva nieta, serían Piero y Phill por razones obvias. Yo me quedaría con Lily y Andy esperando nuestro turno.

Piero entró feliz a la sala para al fin poder ver a "la razón de su existir", mientras que Phill lo hizo temeroso, pero decidido.

—Iré a la cafetería por unos caramelos, ¿quieren algo? —inquirió Andy. Lily y yo negamos con la cabeza y él se encogió de hombros—. Bueno, regreso en unos minutos, cualquier cosa, me llamas al celular, mamá.

Bajó por el ascensor y nos dejó a solas.

Lily ya estaba mucho más relajada, pero seguía habiendo algo que la incomodaba.

—Lily, ¿qué sucede? —con sólo una mirada bastó para saber lo que le sucedía—. ¿A qué le tienes miedo?

—A que mis padres se olviden de mí —sí, tenía razón.

Sonreí como nunca, porque conocía demasiado bien ese sentimiento de sentirse invadida por alguien nuevo y que venía a cambiar todo tu mundo. También esa inferioridad, ese pensamiento de no ser querida por los demás. Todo eso me recordaba a algo.

—Lily, cuando adoptamos a tu tío Andy, hubieron ciertas diferencias, pero...

—Abuela, no es lo mismo, porque mamá tenía casi dos años y no recuerda nada. Yo tengo doce, y esa... niña... se robará todo el cariño de mis padres.

Sé que debía decirle que no pensara eso de su hermanita, que la terminaría adorando, pero me limite a sonreír como antes.

—Lily, cariño, te contaré una historia. Tal vez, las circunstancias no son las mismas, pero si los problemas. Había un chico mucho mejor que una chica castaña, y ella estaba insegura porque creía que todos lo querían más a él que a ella.

Lily me miró y luego a mi cabello, después dirigió su mirada a la puerta que daba a la habitación donde descansaba su madre y supe que había adivinado de quién se trataba esta historia.

Me lo preguntó con la mirada y yo asentí, así que ella no dijo nada más y se echó para atrás, acomodándose en la silla con las piernas cruzadas como un indio sobre la silla.

—Todo empezó cuando yo tenía ocho años, mamá se arreglaba para ir al teatro con mi padre, llevaba un vestido liso de seda rosa y un sombrero con plumas que yo utilizaba para disfrazarme de indio nativo cuando Jane, mi prima Jesy y mi amiga Daniella venían a jugar a la casa...

Marry MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora