Ya es tarde, en el horizonte se observa el crepúsculo y esa colección de nubes rojas en el cielo trae consigo recuerdos felices a mi memoria, porque justo una tarde como ésta, donde el celaje anuncia cortésmente la llegada de la noche, decidí acercarme a ella por primera vez.
Estaba nervioso y se sentía extraño estar asi, creo que si me hubiera visto, ahí, en ese preciso instante, no me habría reconocido. Esa mirada de importaculismo con la que observo a todo el mundo había desaparecido, ahora mis ojos mostraban preocupación y ansiedad; sentía que el calor corporal de mi cuerpo, abandonaba mis extremidades y se acumulaba en mis lóbulos, mis pabellones auriculares estaban calientes y mis manos se tornaron frías; en mi cabeza se libraba la más feroz batalla, una batalla donde se decidía el rumbo que debían de tomar mis pasos: hacia el frente, para ir hacia ella o hacia atrás, para renunciar al acercamiento.
Me sentía ridículo, un completo idiota; yo que siempre he sido tortuoso y calculador, un poderoso retractor de las acciones de la raza humana, ahora estaba sometiendo a tortura a mi cerebro, acumulando estrés y malgastando energías y todo para poder acercarme a ella. Pero Ella no era cualquier persona, ella era diferente a todos - aún sigo creyendo que toda la bondad del mundo fue depositada en ese ser tan maravilloso-, un ser que en ese momento estaba a punto de descubrir en mi, a su compañero de toda la vida.