CAPÍTULO 3. Emma

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No me gustaban esas personas. Eran raras y sonreían demasiado. Me quería ir con Regina. Regina era buena, me contaba historias, me daba helado y hacía tortitas. Me gustaban mis camisetas con un dibujo de Hulk porque era verde y me gusta el verde.

- Emma, cariño, cómete todas las verduras. – No ese verde.

- Las verduras me dan asco. – Esa mujer era una cansina.

- Ni siquiera las has probado.

- No me gustan.

- Emma, tienes que comer.

- ¡No quiero!

- Emma- gritó el hombre tonto- no le hables así a tu madre.

- Ella no es mi madre. Me quiero ir con Regina. – Busqué con la mirada a las únicas dos personas que conocía de aquella mesa, Henry y su otra mamá. – Por favor, llevadme con Regina. Seré buena y no le daré problemas. Le puedo ayudar.

- Emma, Regina no puede cuidar de ti. – No entendía por qué.

- Pero ella está sola y me necesita, yo sé que sí.

Eran tontos. Yo sabía que Regina sí que podía cuidar de mí, lo había hecho ella sola mejor que todos los demás. Me había enseñado a poner canela en el chocolate. Sabía que Regina no era mi mamá y la entendí cuando me dijo que no me podría quedar siempre porque aquel era un lugar mágico. Lo sé porque yo lo hice. Yo la busqué y quería estar con ella.

Tenía que encontrar la manera de escaparme y volver con Regina, pero era difícil porque los dos tontos no me dejaban tranquila. Blancanieves (¿puede tener alguien un nombre más tonto?) no paraba de hablar de dar una fiesta en mi honor y se suponía que tenía que estar emocionada, pero en lo único en lo que podía pensar era que en aquel pequeño apartamento, con cinco personas, me sentía mucho más sola que con solo Regina.

Los tontos cuidaban del bebé y Henry estaba con su otra mamá. No lo entendía, por qué alguien dejaría a Regina, era la mamá perfecta, todo lo que yo siempre había soñado con encontrar. Si ella me quisiera, yo no la dejaría nunca. Pero Henry había sido como súper suertudo con ella y aún así la había dejado por la mujer que lo abandonó cuando era pequeño. Y esa mujer no sabía hacer tortitas.

Pasé unas horas sin verlos y creí que me habían dejado por fin tranquila y que podría ir a ver a Regina, pero antes de que pudiera escabullirme, la mujer que se empeñaba en que la llamara mamá me cogió y me obligó a ponerme un horrendo vestido rosa. Dios, odio el rosa, es el peor color del mundo mundial. Y tenía purpurina. Y picaba. Me estaban torturando por no haberme comido las verduras. Le tengo miedo a la oscuridad y prefería el armario oscuro a aquel vestido horrible.

No paraba de rascarme mientras me llevaban al bar de la Abuelita de alguien, y seguí rascándome allí porque los leotardos me picaban. No creo que hubiera llevado nunca antes leotardos. Le daría una patada en el culo al que los inventó. Solo la Emma grande trató de decirles que aquel no era mi estilo, pero los tontos no la escucharon.

Tenía miedo y echaba de menos a Regina. No conocía a ninguna de aquellas personas, pero todas me miraban como si esperasen algo de mí. No me gustaban, olían raro y no paraban de decir que el vestido era muy bonito. Pues que se lo pusieran ellos, picaba y apretaba. Pero lo peor vino después.

- Queridos todos, os hemos reunido en esta pequeña fiesta para celebrar el regreso de la Princesa Emma con los honores que, a causa de la maldición, no pudimos darle en su nacimiento. Emma, ven aquí.

No quería. No. No. NO.

El hombre tonto que decía ser mi papá me tomó en brazos y me subió de golpe en la mesa que había al lado de la mujer de pelo corto que seguía hablando y todos me miraban y sonreían y gritaban mi nombre. Y yo no los entendía.

No soy cobarde, yo soy una niña fuerte, soy valiente, no necesito a esos padres que intentan moldearme a su manera o que solo me quieren en sus casas para que les den el dinero. Siempre he podido valerme por mí misma, me he enfrentado a los niños mayores, he aguantado horas en armarios oscuros y con papás malos. Soy valiente, pero... Pero ellos me asustaron.

Yo no sabía qué querían de mí, todos gritaban y hablaban, me llamaban. Empecé a llorar sin querer, llamé a Regina en bajito, deseando que viniera a salvarme, pero seguía allí y... tuve un accidente.

Me dio mucha vergüenza porque soy mayor y los papás me suelen castigar cuando tengo accidentes. La mujer del pelo corto me miró horrorizada y sabía que me iba a chillar por haber estropeado su perfecto vestido y todos los demás empezaron a reírse de mí y no pude...

Salí corriendo de allí, escurriéndome. Eso sabía hacerlo, era buena, era rápida. Salí corriendo y nadie me alcanzó porque todos eran tontos y porque ninguno iba a molestarse en seguirme, nadie me quería.

Qué tenía de malo, por qué me querían cambiar. La mujer de pelo corto decía que ella era mi mamá y que me quería, pero me ponía vestidos que no me gustaban, me llamaba princesa y quería que sonriera cuando estaba triste. No era lo suficientemente buena para ellos, igual que no lo fui para ningún papá postizo, ni siquiera con para mis verdaderos papás. Solo me había sentido aceptada tal y como era una vez en mi vida, y había sido con Regina.

Así que salí corriendo buscando su casa, deseando verla y que me diera otro baño caliente, peinara mi pelo hasta dejarlo bonito y me cantara antes de dormir, como hacen las mamás. Pero no conocía las calles y me perdí. Hacía frío y la noche se llenó de sonidos que venían por todas partes.

Escuchaba gritos llamando mi nombre, pero eran los tontos, no quería que me encontraran otra vez. Y corrí, corrí y corrí, hasta que estuvieron muy lejos, hasta dejé de escuchar sus voces, hasta que el vestido rosa se había vuelto marrón por el barro y mis piernas estaban frías por la parte en la que se había mojado. Hacía mucho frío y estaba temblando y nadie me quería, porque era una niña mala y defectuosa. No quería llorar, pero lloré porque ya no sabía qué más hacer, en qué me tenía que convertir, en qué me querían convertir. ¿Por qué no era suficiente con ser como era? ¿Por qué siempre soy defectuosa?

- Emma. – Escuché de pronto. – Emma, cielo, ¿Dónde estás?

Aquí. Pensé. Aquí, Regina, estoy aquí. Llévame a casa, llévame contigo. Pero no podía hablar porque estaba llorando y las lágrimas me hacían sollozar y no podía respirar. Quería ir con Regina, quería...

- Oh, cielo, ¿qué ha pasado?

Me levantó para cogerme y abrazarme con fuerza sin importarle que la estuviera ensuciando de barro. Diciéndome cosas bonitas al oído y acariciando mi pelo. Me daba vergüenza que Regina me viera llorar, no quería que pensara que era una niña pequeña, pero había tenido tanto miedo.

- Son tontos, Regina. – Dije entre lágrimas. – No me lleves con ellos otra vez, por favor.

- No, pequeña, no les dejaré se te vuelvan a llevar. Vamos a casa.

A casa. Yo nunca había tenido una casa, no unaque fuera mía, no una que hubiera durado. Pero sabía que con Regina seríadiferente0*

Mi Pequeña Emma (Original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora