Aquel día, me desperté con la rítmica y acompasada respiración de mis dos Emmas. De alguna manera que escapa a mi entendimiento, la Emma adulta y yo habíamos entrelazado nuestras manos. Aunque, ver que descansaban encima de la pequeña Emma y que ella las abrazaba como si de un peluche se tratasen, me dio la pista necesaria para saber que aquella posición no había sido tan fortuita como parecía.
Me pregunté, brevemente, cómo sería despertar así cada día, con otra respiración adulta a mi lado; con el calor de otro cuerpo junto al mío; con el tacto de otra piel sobre la mía. Hubiera permanecido allí una eternidad de haber podido. Incluso se pasó por mi mente si mi maldición del sueño no llegaría a ser una bendición si lograse hacer que se quedasen así, dormidas, tranquilas, en paz, conmigo.
Pero el deber llamaba en forma de despertador. Era el cumpleaños de Emma, de las dos, y sabía lo especial que era aquella fecha para la niña aunque ella no lo hubiera dicho. Había cosas para las que sobraban las palabras.
No sentía aquellos nervios, aquella emoción porque todo saliera perfecto desde que Henry era mi pequeño príncipe ajeno a todo tipo de maldiciones. Había algo especial en la sensación de poder dedicar un día entero a un niño, cumplir sus sueños, recibir sus sonrisas de alegría y gratitud. Para mí, que había vivido una vida como villana de la historia, era lo más cercano que podía imaginar a sentirme una especie de hada madrina. Claro que nunca admitiré, bajo ninguna clase de tortura, que alguna vez quise saber lo que era ser un hada.
Sin embargo, sí es cierto que a mí misma se me negaron muchos deseos cuando era una niña. Muchos... ¿qué digo? Se me negaron todos y cada uno de mis deseos, condenada desde antes de nacer por pecados que no había cometido. Y, quizás, podría decirse que volcaba mi antigua carencia de deseos en Henry y, ahora, en Emma. Pero lo importante no era el por qué lo hacía... sino la enorme tanda de tortitas de manzana que tenía que preparar.
Exactamente, una hora después, subía por la escalera con una enorme bandeja.
- Buenos días, dormilonas.
- Mmm... ¿Regina?
La pequeña Emma apareció de debajo de la sábana con el pelo completamente alborotado formando una resplandeciente aureola de rizos dorados alrededor de su carita somnolienta con RJ bajo el brazo. La otra Emma no estaba mucho mejor. Se frotaba los ojos separando la cortina de pelo que cubría su rostro.
- Feliz cumpleaños, cielo.- Primero felicité a la niña, por supuesto.
- Te has acordado. – Dijo saltando en la cama.
- Por supuesto que sí, Emma. Hoy vamos a celebrar un gran cumpleaños, empezando por el desayuno en la cama.
Henry no tardó en unirse a nosotras para cantar "cumpleaños feliz" y, sobre todo, comer tortitas. Ver las sonrisas de todos era tan gratificante que casi no me di cuenta de la cantidad de migas que cayeron en mis sábanas, ni de la mancha de sirope que Henry trató de esconder sentándose encima.
- Emma, tengo una sorpresa para ti. – Dije cuando supe que su emoción no podría contenerse por más tiempo.
- ¿Una sorpresa para mí, Regina?
- Por supuesto, ¿de quién es el cumpleaños?- La pequeña Emma se señaló al pecho.
- Mío.
- Pues vamos. Hay que prepararse para el gran día.
Le dejé que eligiera su ropa mientras recogía las sábanas destrozadas y apareció con una camiseta de Batman y sus accesorios de caballero.
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Mi Pequeña Emma (Original)
FanfictionUn deseo formulado en la más terrible soledad traerá una consecuencia inesperada. La pequeña Emma Swan, de 5 cinco años, aterriza en Storybrooke. Pero solo una persona es capaz de comprender realmente lo que la niña necesita, que alguien la quiera t...