Las noches eran distintas desde que Henry ya no vivía conmigo. Más frías, más largas, más solitarias. No habían tenido suficiente, nunca sería suficiente. No sé por qué me esforcé alguna vez en ser distinta cuando sabía, en el fondo, que nada cambiaría, que no habría nada que pudiera hacer para borrar de sus memorias mis maldades, igual que yo nunca podría olvidar el sufrimiento que me causaron, queriendo o no.
Hubo un día en el que fui una joven soñadora. Hubo un día en el que fui una reina. Incluso hubo un día en el que fui temida en mundos enteros. Pero todo aquello quedaba ya tan lejano, aplastado por el doloroso peso del presente, que ni siquiera parecía haber existido.
Si tan solo el crepitar de la casa vacía no fuera tan atronador, si tan solo hubiera una respiración a mi lado recordándome que no estoy sola en este mundo, quizás el sufrimiento sería más soportable. Pero mi pequeño Henry me había abandonado por su madre biológica y todos los demás... bueno los demás no importaban, porque nadie podría quererme sabiendo lo que había hecho.
Sería mejor resignarme, no había nacido para ser amada, por más que mi corazón anhelara el cálido consuelo de otro ser humano; por más que clamara por una sonrisa, por un aliento, por una caricia. Nada de aquello se me había concedido y desearlo solo lograría que mis pérdidas dolieran más y más.
Vivir en soledad, aceptar, como hice una vez que la oscuridad era todo lo que tenía era más fácil, tenía que serlo. La gente piensa que la maldad es fácil de sobrellevar. Si supieran que elegí la rabia porque era mejor que no sentir absolutamente nada. Porque era más fácil sentir ira que sentirme completamente vacía, al menos de esa manera seguía recordando que vivía, a mi pesar.
Era irónico porque había sobrevivido a palizas y torturas de mi madre; a las violaciones de mi marido; a los embistes de la oscuridad; a guerras y peleas de brujas. Pero el silencio de aquella noche me estaba matando.
Me asfixiaba en mi solitario encierro, así que tomé un abrigo y salí a la calle sabiendo que la noche sería mi aliada, resguardándome de miradas indiscretas. Escondida en la oscuridad, como había pasado toda mi vida. Tan solo las estrellas iluminaban el cielo, llenándolo de pequeños destellos luminosos.
Si yo no perteneciera al absorbente mundo de los villanos, si la oscuridad no me hubiera reclamado y mi inocencia me concediera la gracia de una estrella, desearía un alivio, por breve que fuera, para mi soledad. Dudaba que nadie fuera a escuchar mis ruegos, pero el deseo me abandonó antes de que pudiera decirme que era un sin sentido.
Hubo un resplandor seguido del conocido aroma dulzón de la magia blanca. Seguí su rastro, inquieta por lo que los incompetentes de los Encantadores o las hadas pudieran estar haciendo, cuando escuché unos leves sollozos. Me quedé inmóvil, casi aterrada, al encontrarme con una pequeña niña tirada en el suelo, que hacía evidentes esfuerzos por no ponerse a llorar desconsoladamente.
- Cielo, ¿estás bien?- Le dije acercándome lentamente.
La niña me miró y yo conocía aquella expresión desconfiada, propia de un animal que ha sido herido demasiadas veces y no sabe si puede confiar en quien se le acerca. Me arrodillé y sonreí tratando de parecer lo más amigable posible.
- ¿Te has perdido?
Ella asintió mientras dos gruesas lágrimas surcaban sus mejillas dejando un dibujo marrón en su carita. Tenía que haberse caído al barro y me di cuenta entonces de que estaba temblando.
- Cielo, hace mucho frío aquí y estás mojada. Ven conmigo y te ayudaré a calentarte. Luego buscaremos a tus padres.
- No tengo padres. – Fue la primera vez que escuché su voz, ahogada por las lágrimas, pero con cariz más maduro del que esperaba encontrar en una niña de su edad.
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Mi Pequeña Emma (Original)
FanfictionUn deseo formulado en la más terrible soledad traerá una consecuencia inesperada. La pequeña Emma Swan, de 5 cinco años, aterriza en Storybrooke. Pero solo una persona es capaz de comprender realmente lo que la niña necesita, que alguien la quiera t...