Capítulo 2

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El comienzo no había sido el esperado, eso lo tenía claro. Ni siquiera había tenido tiempo para averiguar el origen de, como él lo había llamado, aquel 'peligro en potencia' cuyo nombre común era 'mujer llorando'. Las clases empezaron y Remus fue quien arrastró al resto de los merodeadores a las aulas.

-¡Quiero hablar con Hamilton! -farfullaba mientras se dirigían a Transformaciones.

-¡Perfecto! ¡Emplea el fin de semana en ello! -contestó el hombre lobo, agarrándole por las axilas- ¡James, ayúdame!

-La pobre chica ha salido llorando -siguió hablando el recién nombrado cogiendo por los tobillos a su amigo-. Vas a hacer que se deprima si la obligas a ver esa cara de psicópata asesino que llevas.

-James Potter, como sigas en ese plan, el primero en morir de los cuatro serás tú, créeme -amenazó Sirius con seriedad.

-¡Me quitaste la toalla! -replicó el otro molesto- ¡No puedes quitarle la toalla a un hombre y salir impune!

De repente, Lupin ahogó un grito y dejó caer a Sirius al frío suelo de piedra. Este, aún siendo sujetado por los pies gracias a James, miró dolorido a Moony y aguantó varias maldiciones; delante suya, la profesora McGonagall les observaba estoica.

-Dentro de los límites de mi conocimiento, señores, creo poder asegurar que no estamos en un circo muggle -dijo impertérrita-. Casi llegan tarde, entren sin hacer ruido.

-Sí, profesora.

A partir de ahí, el tiempo pareció morir poco a poco, tenía sueño y había dejado de prestar atención a la clase desde que Louise Marsh le había enviado una paloma de papel con un anillo de compromiso falso entre sus patas. Quería irse a la cama -quizás con alguna chica que no fuera esa loca-, pero McGonagall parecía no querer terminar sus explicaciones. No es que le aburriera, le gustaba Transformaciones, es decir, era animago, pero no esperaba tener que celebrar su aniversario de esa manera. Sobretodo con lo que había sucedido con su conquista.

¿Qué le pasaba a Hamilton? La conocía y no sólo por el incidente de tercero; quizás no llegaban a ser amigos, pero ella había sido su única compinche en las travesuras que James, Remus y Peter no se atrevían a hacer, y eso ya era decir. Las pocas conversaciones que habían mantenido estaban llenas de sarcasmo, insultos disimulados y comentarios ácidos. ¡Por Godric! ¡Si hasta había considerado no ligársela para mantener la relación!

En cambio, podría intentarlo con West... ¡No, Sirius, concéntrate!

-Oye, Padfoot -le susurró James-, estás poniendo otra vez la cara de psicópata asesino. ¿Estás bien?

-Saca el mapa -contestó él ignorando su pregunta.

Su amigo, sin siquiera cuestionarlo, sacó el mapa del merodeador con sumo sigilo y pronunció casi en silencio la frase que lo hacía funcionar. Frenético, Sirius buscó el nombre de Maaika Hamilton, necesitaba hablar con ella o explotaría. Pocos segundos después, encontró el nombre meciéndose en la enfermería. Preocupado por la chica, Sirius miró a James de reojo, lamentando tener que dejarle media hora más de sufrimiento en el aula.

-Profesora McGonagall -pronunció fingiendo dolor-, me encuentro mal, ¿puedo ir a enfermería?

-Con el golpe que ha sufrido al entrar, señor Black, aún me extraña que no le sangren los oídos -respondió la mujer con un gesto de afirmación.

El chico empezó a recoger sus pertenencias ante la atenta mirada de sus amigos, James le observaba sin entender nada y Remus y Peter fingían tomar apuntes mientras le interrogaban silenciosamente. Con disimulo, les guiñó un ojo y procedió a salir del lugar; era cierto que le dolía la cabeza, pero no se preocuparía por algo así hasta que viese las estrellas.

Sirius Black, alcahuete en ratos libres (en proceso de edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora