Renacimiento

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He pasado toda la noche en duermevela. La tensión, la emoción acumulada de la noche precedente y la idea de poder hacer algo que, seguramente, la haría estar mejor me hace sentir llena de energía. Espero con ansia el sonido del despertador, para no estar dando vueltas sin parar a los dedos durante horas. Imprevistamente suena.

Driiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin

Salgo de la cama, sonriente, quitándome de encima las sábanas, casi saltando y haciendo crujir el suelo de madera ya viejo y chirriante. Con el nuevo sueldo podré cambiarlo rápidamente, pero amo ese viejo suelo, con las vetas de la madera muy a la vista, el blanco del barniz ya gastado, algunos tablones más estrechos que otros con hendiduras bastante grandes como para hacer desaparecer clips o monedas además de acumular tanto polvo. Algunas de esas pueden ser desmontadas, así, cuando se me ocurre, las limpio y arreglo.

Llego a la ventana para comprobar el cielo: el sol luce en todo su esplendor y no hay nubes en el horizonte. Exactamente lo que me venía bien.

El chorro del agua me relaja un poco y me dejo acunar por sus caricias, haciendo hipótesis sobre miles de posibles escenarios para aquella mañana. Aquella mujer y aquel niño literalmente me han puesto boca abajo mi existencia, para bien, y en este preciso instante no logro pensar en mi vida sin ellos. Simplemente no tendría sentido. Henry es mi desafío y estoy segura de que lograré vencerlo.

Y Regina...bah, también Regina de algún modo lo es. No necesita ser alentada: sabe bien cuánto vale, sabe que es excepcional, pero peca de modestia y ceguera cuando piensa que no merece la felicidad como mujer. Una mujer, una criatura femenina no puede ser solo una trabajadora, o solo una mujer, o solo una madre. Hay mujeres que quieren ser solo una de esas cosas y me siento muy triste por ellas porque se pierden, de verdad, tantas cosas que podrían enriquecer su vida de manera inimaginable. Regina tiene un trabajo y un niño a quien ama. Pero leo en sus ojos y siento en su deseo de contacto físico que le falta ser mujer. Mujer con alguien a quien amar y quien la ame a ella.

Soy también perfectamente consciente de que no tengo oportunidad con ella. Y me gustaría tenerla. Oh, mataría por tener a aquella mujer, pero no puedo ser yo a la que quiere. Yo deseo solo verla sonreír. Junto con Henry. Recuperando la relación con él se encontrará a sí misma y sabrá entregarse a un nuevo amor.

Aquella idea me da dolor de estómago, pero decido dejar de lado mis buenos propósitos para disfrutar aquellas horas con ella, que llegarían en breve.

Leggins, suéter ligero y zapatillas de deporte. Estoy lista.

En primer lugar, decido pararme en una cafetería para comprar café y buenísimos cupcakes de chocolate que nos acompañarían durante el trayecto. Giro la esquina y me coloco frente a su cancela. La veo, me está esperando. Me regala una inmensa y encantadora sonrisa antes de saludarme con la mano, después cierra la puerta a sus espaldas.

¡Dios, qué bella es!

El corazón en mi pecho se mueve de manera inhabitual, como si lo hubiesen encadenado y quisiera huir para alcanzar a su compañero, que me está mandando al manicomio.

Abre la puerta y la pierna aparece dentro del habitáculo. Bajo la mirada para intentar comprender si lo que veo es realidad o me lo estoy imaginando.

«¿Te has comprado las Converse blancas? ¿Cómo...» doblo la rodilla a mi pecho para mostrarle mi pie «...estás?»

Ella esconde tras su chaqueta el rostro, para después dejar aparecer los ojos y confesar

«Quería parecer más joven a tu lado, para no parecer tu madre y las Converse, por lo que parece, rejuvenecen bastante, así que voilà»

El castigo del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora