Estoy sentado, solo, doy un suspiro y reanudo mi rutina de pensar, todo está muy silencioso pero puedo sentir como los latidos de mi corazón resuenan por toda la habitación como si fueran campanadas infinitas perdidas en el tiempo, poco a poco algo crece dentro de mí y voy recordando qué es, cada vez se hace más familiar. Si esto que siento pudiera representarse en forma física le preguntaría por qué vuelve, si no lo quiero ni lo necesito, a lo que probablemente me respondería que nunca se fue y que nunca lo hará, y entonces lentamente se me acercaría mientras me mira fijamente y se sentaría al lado mío y nos quedaríamos así por horas, en un silencio incómodo mientras va vaciando mi ser. Me resigno a hacer algo, ya que él mismo lo dijo, nunca se irá y me vaciará cuantas veces haga falta, siendo esto un ciclo eterno. Quizá, en cierto punto, ya me encariñe a su compañía, y por eso será que estoy resignado a que se vaya, puede que en algún momento le de un nombre a esto que me acompaña. Es curioso porque cada vez que pienso en esto un cosquilleo de miedo y satisfacción recorre mi cuerpo, puede que incluso lo piense más seguido sólo para recordar que está ahí, esperando a que lo note.