Capítulo 1

1K 63 2
                                    

Kris Wu levantó el pie del acelerador antes de pasar por un tramo de carretera lleno de arena, que la tormenta había llevado desde la playa. Quería llegar a casa antes del anochecer, aunque no tenía ninguna prisa. Vivía solo y podía entrar y salir sin dar explicaciones.

Kris encendió la radio y empezó a canturrear, con su agradable voz de barítono un poco desafinada. Con la mano, intentaba limpiar el vaho del parabrisas, pero el cristal estaba rayado por la arena y la sal de tantos años en la costa.

—En la carretera otra vez... —seguía cantando, varias estrofas por detrás del disco.

A pesar de que el tiempo había empeorado, el día estaba transcurriendo mejor de lo que esperaba. Su primo Jackson, cuya existencia desconocía hasta unos meses antes, había resultado ser un tipo agradable. Incluso se parecían; la misma altura, el mismo color de piel, las mismas facciones angulares. Últimamente, pensaba mucho en su familia y en sus raíces. Nunca hasta entonces había perdido el tiempo pensando en ello, pero las cosas habían cambiado desde que tenía un hijo. Una vez pasada la sorpresa, había empezado a pensar en la responsabilidad y en el futuro. Si su hijo tenía niños y éstos tenían hijos a su vez...

— ¡Qué demonios...! —exclamó, pisando el freno.

La furgoneta patinó peligrosamente cerca del borde antes de pararse. Bajando la ventanilla, Kris sacó la cabeza para mirar al idiota que había aparcado en medio de la carretera. Pero no se puso a gritar. Ni siquiera tocó el claxon. Si había aprendido algo durante sus veinte años como guardacostas, era a ser disciplinado. Incluso cuando un imbécil aparcaba el coche en medio de una estrecha carretera en medio de la lluvia. Kris se quedó mirando durante un minuto cómo una loca atacaba furiosamente a su coche, un viejo escarabajo amarillo con el techo de vinilo. No era la primera vez que veía cómo pateaban una rueda pinchada, pero sí la primera que veía a alguien dándole bolsazos a un coche. Aunque no podía culpar a la mujer. Era normal perder los nervios si te quedas tirado en medio de una tormenta y a punto de caer la noche, pensaba.

Apartando su furgoneta de la carretera lo máximo posible, Kris apagó el motor, se subió el cuello de la cazadora de cuero y abrió la puerta, luchando contra el viento que amenazaba con cerrarla de un portazo. Loca o no, aquél no era sitio para una mujer sola. La isla de Hatteras era un lugar relativamente seguro, sobre todo en aquella época del año en la que había pocos turistas, pero...

— ¿Señora? —la mujer parecía no haberlo oído. Acercándose más, descubrió que no se trabaja de una mujer, sino de un hombre—. ¿Señor? —volvió a decir, intentando hacerse oír entre el ruido del viento y la lluvia. Estaba sólo a unos metros de él, cuando el hombre se dio la vuelta. Había visto esa expresión antes, en muchas de sus misiones de rescate. Miedo, angustia, terror. Lo que veía en aquel momento era un hombre con el pelo (aunque muy corto) empapado, los ojos abiertos de par en par y la nariz colorada—. Escuche, señor, puede... —empezó a decir él. El hombre sujetaba su bolso, más bien mochila, con fuerza. ¿No pensaría que iba a robarla?, se decía Kris—. No voy a hacerle daño —añadió, levantando las manos para que viera que no iba armado. En realidad, él parecía mucho más peligroso que Kris, pensaba viéndolo sujetar aquella mochila que había usado como arma letal contra el pobre coche—. Señor, se está empapando. No tiene por qué quedarse aquí... —siguió diciendo. El chico estaba llorando o a punto de llorar. Kris tenía una manta en la furgoneta, pero no le hacía gracia dejarle solo. Por su aspecto, podía tirarse al mar de un momento a otro. Había visto reacciones más increíbles en estado de shock. Él seguía mirándolo sin decir nada y Kris le devolvía la mirada, para convencerlo de que sólo quería ayudarlo. Pero no funcionaba—. Señor, ¿se encuentra bien? —preguntó. Era una pregunta muy tonta, desde luego. Los labios del chico temblaban y Kris dio un paso atrás. Por su forma de mirarlo, había pensado que se iba a lanzar a sus brazos. Pero él no se movía. Con aquella tormenta, debía haber interpretado mal su expresión. No sería la primera vez que se equivocaba con una persona—. Señor, no debería parar el coche en medio de la carretera. Va a ocasionar un accidente —insistió. Él seguía mirándolo sin decir nada—. Vamos a tener que quitar su coche de aquí. ¿Cree que podrá apartarlo si yo lo empujo?

Todo un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora