Capítulo 8

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Lo único que le hacía falta era otro problema, pensaba Kris mientras se metía entre las sábanas. Después, lo tomó de la mano y lo atrajo hacia él. En aquel momento, Kris estaba casi decidido a seguir adelante y arruinar su vida. Su vida y la de LuHan.

Era como si todos sus nervios hubieran quedado al aire. El deseo, la atracción, había crecido entre ellos en aquellos días. Fuera lo que fuera lo que lo había despertado, tenía el presentimiento de que estaba llegando a un punto crítico.

—Cierra los ojos e intenta relajarte —dijo LuHan, sin intentar apartarse.

— ¿Cómo sabes que no los tengo cerrados? —preguntó él. La habitación estaba completamente a oscuras, excepto por la luz del faro que la iluminaba de forma intermitente.

—Porque sigues estando tenso —contestó. Kris intentaba cerrar los ojos y relajarse, pero no podía. Sólo podía pensar en sexo o en Lay. Y ninguno de aquellos pensamientos lo ayudaba a dormir—. Intenta pensar en terciopelo negro.

Como su voz, pensaba Kris. Oscura, suave y cálida.

—Lo haré si te tumbas a mi lado —replicó, levantando las mantas.

—Cierra los ojos —dijo LuHan por fin, tumbándose a su lado—. Pero quiero que pienses en terciopelo negro —insistió. Kris intentaba concentrarse en eso, pero no lo conseguía. En su versión, había un chico desnudo tumbado sobre el terciopelo. Tenía el pelo castaño, el pecho blanquecino y las piernas larguísimas—. ¿Puedes verlo? —preguntó. Kris lanzó un gruñido—. ¿Te ayuda?

— ¿Tú qué crees? —preguntó a su vez, moviéndose, incómodo.

—Déjate ir. Es de noche y estás flotando en una piscina oscura —decía LuHan.

Kris lo intentaba. Lo intentaba de verdad, pero no funcionaba. Lo que le estaba pasando no debería ocurrirle a un hombre de su edad y su experiencia. No había forma de describir el efecto que LuHan ejercía sobre él. Combustión espontánea, quizá. Tenía que forzarse a sí mismo a pensar en otra cosa y decidió pensar en Lay. Cuando él era pequeño, no podía quedarse dormido hasta que su madre volvía a casa a las tantas de la noche, oliendo a alcohol y a tabaco. Se preguntaba si Lay sería un chico maduro. Tao tenía sus defectos, igual que él, pero al menos no bebía. No podía imaginarse a Lay volviendo del colegio y encontrándolo dormido en el sofá, con la puerta abierta, la cocina encendida y la casa sin hacer. Su hijo no habría tenido que prepararse el almuerzo como había tenido que hacer él cuando era un adolescente. No, Tao no era como su madre. Pero sí le había sido infiel. No sabía cuándo había empezado ni con quién, pero sabía que había ocurrido. Había otras cosas, pero para entonces estaba demasiado harto como para pedir explicaciones. Le había pedido que fueran juntos a un consejero matrimonial, incluso había vuelto a cortejarlo como sabía que le gustaba, con flores y regalos. Pero no había funcionado. Habían mantenido las apariencias durante unos meses más porque las apariencias eran importantes para Tao. Más que la realidad. El final había sido inevitable. Ni siquiera había sabido que, en su último intento de reconciliación, habían concebido un niño. Tao había esperado once años para decírselo y él nunca le perdonaría que le hubiera robado los primeros once años de la vida de su hijo. Había habido otras parejas en su vida después de aquello. La mayor parte del tiempo lo había ocupado trabajando, pero tampoco era un monje. El verano anterior, había creído que SuHo y él formaban una buena pareja y había estado dispuesto a intentarlo de nuevo. Más por Lay que por él. Quería que su hijo tuviera lo que él había deseado con todas sus fuerzas cuando era un niño: una familia unida. No había sido culpa de SuHo que las cosas no hubieran funcionado. SuHo lo había culpado a él y él había aceptado la responsabilidad. Evidentemente, no sabía cómo hacer que sus relaciones fueran duraderas.

Todo un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora