Capítulo 3

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En la repentina oscuridad, el silencio parecía angustioso. Gradualmente, empezaron a reconocer los sonidos. La llama del gas, una rama rozando la pared de la casa. Ninguno de los dos hablaba y Lu contenía el aliento, esperando que la luz volviera de un momento a otro. Si en cinco minutos no volvía a encenderse, Kris sabía que tenían apagón para rato.

—Estas cosas pasan —observó, su voz de barítono un poco ronca—. Voy a encender una vela para comprobar el cuadro de luces.

—Oh —replicó LuHan, sin saber qué decir. Unos minutos más tarde estaban tomando cacao caliente en la cocina, a la luz de una bombilla encendida con el generador. LuHan hubiera preferido un té y Kris hubiera preferido café, pero la ocasión parecía sugerir algo diferente—. ¿Por qué viniste a vivir aquí? Está muy lejos de Oklahoma —preguntó.

Tenía dos formas de luchar contra la angustia. Una era hablando mucho y la otra no hablando en absoluto. Aquella noche iba a echar mano de la primera opción. Él suspiró como si no quisiera responder, pero era demasiado amable como para no hacerlo. Enfermo o no, LuHan había aprendido muchas cosas sobre el comandante Kris Wu, retirado, y una de ellas era que era un hombre amable. No hablaba demasiado, pero lo poco que decía mostraba mucho sobre su carácter. Con nada más que hacer, además de recuperarse de la gripe, había olvidado sus problemas centrándose en el hombre. Sabía que su padre también había sido guardacostas y que había nacido en Oklahoma. También sabía que tenía un arraigado sentido de la responsabilidad y un ego muy poco desarrollado, lo cual era sorprendente en un hombre. Sobre todo en un hombre atractivo que prestaba poca o ninguna atención a los espejos, al contrario que SeHun. Su ex marido había llevado el narcisismo hasta alturas desconocidas para el ser humano. Kris Wu, sin embargo, parecía completamente inconsciente de su atractivo físico. Incluso él, que había jurado apartarse de los hombres, había tenido un cierto estremecimiento al verlo aquella mañana cortando leña frente a la casa. Era un hombre atrayente, desde luego y, por un momento, se había olvidado de sus problemas para admirar la figura masculina. Pero sólo por un momento. Sus problemas eran de tal envergadura que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había sentido como una persona. Su divorcio, tan difícil como casi todos, se había mezclado con el problema de su padre. Desgraciadamente, aquello sólo había sido el principio y había tardado dos años en empezar a construirse una nueva vida. Excepto por las llamadas telefónicas. La policía no se lo había tomado en serio y él había tenido que marcharse de la ciudad. En realidad, no tenía ninguna razón para quedarse. Kris estornudó y Lu le acercó la caja de pañuelos de papel.

—Lo siento. Eso es lo que has conseguido por ser un buen samaritano.

—No, no es eso. Es que soy alérgico.

—Yo creo que tienes gripe —Pero antes de que pudiera añadir que los ojos llorosos y la voz ronca no eran síntomas de alergia, el teléfono empezó a sonar.

—Hola, señora Cal —dijo Kris—. No, aún no sé nada. ¿La están molestando?... Bueno, no se preocupe. De acuerdo... Sí, llevaré un poco de queroseno. Sí, muy bien. Yo lo sacaré —seguía diciendo él. Después, colgó el teléfono y se estiró—. Tengo que salir un momento. ¿Te importa? —preguntó. Lu lo miraba con los ojos muy abiertos—. ¿Qué?

—Nada —contestó apresuradamente.

—Vamos, Lu, dime qué te pasa. ¿Te da miedo la oscuridad?

—No es eso. Por favor, ve a hacer lo que tengas que hacer...

Kris observó que sus nudillos se volvían blancos de nuevo mientras sujetaba la taza de cacao. La bombilla que había logrado encender con el generador no daba suficiente luz para iluminar toda la cocina, pero Kris se daba cuenta de que había vuelto a esconderse en su caparazón.

Todo un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora